miércoles, 29 de junio de 2016

Jungfraujoch


Dicen que la experiencia es un grado, y uno, aunque torpe, termina aprendiendo. Mi primera visita al Jungfraujoch fue hace más de dos años, con un par de amigos en un día en el que las nubes no dejaban ver casi nada.

Esta vez, después de dar calabazas a mi sofá, consulté la página web, y viendo que hacía un sol espléndido allá arriba, agarré la cámara de fotos y el abrigo, y me planté en la estación. Estamos en marzo, por cierto.

No está cerca; son cinco horas de tren de ida y otras tantas de vuelta, pero creo que mereció la pena …

Aquí en Suiza el tiempo cambia tan rápido que es imposible tenerlas todas contigo, y la verdad es que las nubes del camino no auguraban nada bueno, pero confiaba en subir más alto que ellas.



No en vano voy hacia el Top of Europe, la estación de trenes más alta del continente. Me hicieron falta cuatro conexiones para llegar y el último tramo se hace a través de un túnel que incluye un par de paradas para ir abriendo boca, pero creo que lo mejor será ir directamente hasta lo más alto.



Al salir del tren, que te lleva cómodamente hasta arriba del todo, me encaminé hacia el observatorio de la Esfinge, que toma su nombre de la roca sobre la que se asienta. Estoy a 3.571 metros sobre el nivel del mar y mis pulmones protestan por la falta de oxígeno, ya que no llevo bien la altitud. 


Desde allí tenemos preciosas vistas del glaciar Aletsch, que ya os he enseñado en otras entradas. Entonces admirábamos su famosa curva desde un punto elevado, hoy vemos dónde comienza este inmenso río de hielo, el mayor de la Europa continental.


Al norte tenemos las cumbres del Mönch (4.107 m) y del Eiger (3.970 m), dos picos impresionantes. Están tan cerca que casi podemos tocarlas.



Al sur la del Jungfrau (4.158 m)


Y al oeste una gran extensión de los Alpes, con algunas de las nubes que veíamos desde abajo. En Suiza es habitual que los valles estén nublados mientras que en las montañas hace un sol espléndido.


Al cabo de un rato, a pesar de ir bien abrigado, se empiezan a notar los diez grados bajo cero. Decido volver dentro y encaminarme hacia la plataforma inferior. Mientras, los operarios apartan la nieve acumulada, y algunas aves vienen a por la comida que les ofrecen los turistas.



Hago una breve entrada en el palacio de hielo, pero en un día como hoy me interesan más las vistas que las esculturas de hielo, que además están en peor estado de conservación que en otros lugares. Tampoco hago caso de las exposiciones que nos cuentan cómo se construyó todo esto, porque ya me las conozco.


Fuera me espera un paisaje parecido al ya visto desde arriba, pero no me canso de admirarlo y, por supuesto, caen más fotos.




Algunos esquiadores llegan en helicóptero y eso me recuerda que un amigo me recomendó ver estos montes desde el cielo.




Hay turistas, pero no está tan masificado como en verano. Miro el reloj y algo más tarde de las cuatro, renuente, dirijo mis pasos hacia la estación, no sin hacer antes las últimas fotos del día.




Aún me quedan cinco horas y cinco trenes para llegar a casa.