Recomiendo leer antes la II, aunque no es imprescindible para seguir el relato.
En la primera entrada expuse cuál era el problema: conocer la situación exacta del barco, con el fin de saber hacia dónde dirigirse y evitar accidentes. El Parlamento Británico designó un comité compuesto por científicos y marinos para que juzgaran las diferentes propuestas. Este comité podía financiar aquellas que les parecieran más adecuadas, pero el máximo error permitido para entregar las 20.000 libras del premio era de medio grado (recordemos que la Tierra, como cualquier circunferencia, tiene 360º).
Podéis imaginar que en cuanto se corrió la voz sobre el premio prometido, se produjo un aluvión de posibles soluciones, cada cual más peregrina. De todas ellas sólo dos eran factibles.
Por un lado, los astrónomos pensaban que la respuesta estaba en los cielos. No en vano habían guiado a los marineros durante siglos, solo que ahora no se trataba del Mediterráneo, sino de mar abierto. El cielo a menudo estaba cubierto por nubes y en algunas latitudes casi no había noche durante gran parte del año. El movimiento de la luna, que avanza más o menos su diámetro cada hora, no era lo suficientemente conocido, y las fases de las lunas de Júpiter, a pesar de que se estudiaron durante años, no eran regulares.
La otra opción consistía en averiguar la hora local en barco, por la posición del sol, y compararla con la hora local en algún lugar cuya longitud fuese conocida, por ejemplo Greenwich o el puerto desde el que se había zarpado. Este método era más fácil, pero no existían relojes lo suficientemente precisos. Como las reglas del premio permitían un margen de error de medio grado, tenemos que:
360 grados / 24 horas = 15 grados por cada hora de diferencia.
1 hora = 60 minutos
0,5 grados = 2 minutos
Para ganar el premio hacía falta construir un reloj que no ganara o perdiese más de dos minutos en una travesía que podía durar meses. Aquí es donde retomamos a John Harrison (ver entrada inmediatamente anterior). Mientras los astrónomos buscaban la forma de hacer un mapa detallado de los astros, nuestro relojero trabajaba en un cronómetro de gran precisión.
La tarea no era pequeña. Los relojes necesitaban lubricante, pero los cambios de temperatura podían alterar la consistencia del aceite utilizado, haciéndole ganar o perder minutos vitales. Harrison se las ingenió para utilizar una madera que generaba su propio aceite, eliminando así el problema.
Pero eso no es todo, los péndulos no funcionaban bien en el mar, donde el movimiento de las olas es constante. Así mismo, las condiciones de humedad y temperatura afectan a los metales y a las maderas, haciendo que estos se expandan o contraigan. Es fascinante comprobar cómo nuestro hombre fue probando diferentes combinaciones de metales, cada uno en la proporción correcta, de forma que la expansión de uno compensara la contracción de otro.
Después de cinco años consiguió construir su primer cronómetro, llamado H-1.

La foto la he tomado de:
http://images.google.es/imgres?imgurl=http://www.solarnavigator.net/images/h1.JPG&imgrefurl=http://www.solarnavigator.net/history/john_harrison.htm&h=706&w=739&sz=24&hl=es&start=3&um=1&tbnid=DoWX7qV2gMe92M:&tbnh=135&tbnw=141&prev=/images%3Fq%3Dh1%252Bharrison%26um%3D1%26hl%3Des%26sa%3DNEl H-1 aún funciona, y se puede ver en el Museo Marítimo de Greenwich.
Había llegado el momento de ponerlo a prueba. Un viaje a Lisboa demostró que el reloj era perfectamente fiable y que podía corregir los errores de cálculo que se producían utilizando otros métodos. Harrison regresó como un héroe, y podía haber ganado las 20.000 libras, pero era demasiado perfeccionista. Fue él mismo quien apuntó ante la comisión las cosas que necesitaba mejorar y pidió más tiempo para seguir desarrollando su proyecto.
James Cook y el capitán de la Bounty llevaron desde entonces sendas copias de este cronómetro en sus expediciones. Sus andanzas son muy interesantes, pero ya me estoy extendiendo más de lo que debiera.
Al H-1 le siguió un H-2 que nunca fue probado en el mar, y después un H-3, al que Harrison dedicaría veinte años. Para entonces, los astrónomos habían ganado demasiado poder dentro de la comisión, y Harrison vio con estupefacción cómo las reglas iniciales del premio eran cambiadas. No bastaba ahora con que construyera el reloj, sino que tenía que explicar cómo lo había hecho y construir varias réplicas que deberían ser entregadas a la marina, con lo que sus secretos peligraban. El premio seguía sin adjudicarse.
Después de años y años de continuas disputas consiguió terminar su último cronómetro en 1759, el H-4. La comisión se negó a creer que un reloj de apariencia tan simple pudiera ser más fiable que miles de datos astronómicos acumulados durante años. No olvidemos que Harrison no tenía estudios, mientras que sus rivales eran reputados científicos.

La imagen la he tomado de:
http://images.google.es/imgres?imgurl=http://www.historiasdelaciencia.com/wp-content/uploads/2005/04/h4.jpg&imgrefurl=http://www.historiasdelaciencia.com/%3Fp%3D58&h=373&w=323&sz=18&hl=es&start=9&um=1&tbnid=b_3_IQikMQmocM:&tbnh=122&tbnw=106&prev=/images%3Fq%3Dh2%252Bharrison%26um%3D1%26hl%3Des
El H-4 perdió apenas cinco segundos en un viaje de casi tres meses, algo nunca visto antes. Pero no fue suficiente. De hecho, se decidió que tendría que ser sometido a una nueva travesía a la que siguieron meses de continuas deliberaciones.
Pero lo peor estaba por llegar. La comisión determinó que el reloj se quedaría en Londres bajo la supervisión de Nevil Maskelyne, el principal competidor de Harrison y su mayor enemigo. Maskelyne tenía que darle cuerda y tomar nota de su exactitud durante varias semanas que se convirtieron en meses. Se sospecha que el astrónomo sometió al reloj a un trato inadecuado, aunque no se pudo probar que lo hiciera a propósito.
Harrison, al borde de la desesperación, escribió al rey Jorge III, quien tomó cartas en el asunto. El rey recibió una copia intacta del H-4 y se comprometió a guardarlo en una caja hermética junto a otros de sus tesoros. El reloj sólo se sacaría para darle cuerda.
Harrison estaba feliz. Por fin alguien imparcial examinaría su creación. No obstante, el reloj comenzó a comportarse de forma errática, ganando y perdiendo minutos como ninguno de sus precedentes lo había hecho. Una noche, el rey recordó que había guardado unas cuantas piedras de magnetita junto a la caja del reloj y fue él mismo a quitarlas. Desde entonces el cronómetro se comportó con una precisión extraordinaria.
John Harrison recibió la parte del premio que le quedaba – le habían adelantado pequeñas cantidades como financiación – en el año 1773. Tenía por aquel entonces 80 años y le restaban otros tres para disfrutar de su bien ganado premio.