Llevaba
tiempo queriendo visitar la casa donde Charles Chaplin pasó sus últimos años en
Suiza, pero dos cosas me echaban para atrás. La primera, que se tarda casi
cuatro horas en llegar; la segunda, que el invierno no era la mejor época para sacar
partido al jardín que rodea el edificio.
Pero a
finales de abril, con los días más largos y los árboles estrenando hojas
nuevas, me decidí a madrugar un poco. Ya dormiría en el tren, pensé. Una vez en
Vevey, un autobús me llevó hasta “Manoir de Ban” que es como se llama la villa
familiar, una propiedad que se abrió al público en la primavera de 2016 y que
se encuentra en Corsier-sur-Vevey.
Comencé
visitando la mansión en la que Chaplin y su familia residieron durante un
cuarto de siglo, después de que el actor dejara los Estados Unidos y se
instalara en el país alpino. La compró buscando tranquilidad, pero nadie le
advirtió de la existencia de un campo de tiro cercano que causó no pocos roces
con sus nuevos vecinos.
Pero
al final se impuso la calidad de vida suiza, con ese saber estar que te permite
disfrutar de la fama al tiempo que pasas desapercibido, porque nadie te
molesta. Chaplin se integró perfectamente a pesar de su manifiesta incapacidad
para hablar francés, visitando su restaurante favorito todos los domingos y
asistiendo a los actos organizados por la comunidad, para quienes siempre sería
un referente. No en vano, el actor británico declaró que estos fueron los
mejores años de su vida.
Sabiendo
que vino al mundo en la más absoluta pobreza, con un supuesto padre alcohólico
y una madre enferma que hubo de ser ingresada en el hospital, choca un poco
entrar en esta magnífica mansión en la que se nos muestran ahora detalles de su
vida privada. Su alcoba, su despacho, su biblioteca, … Los objetos cotidianos
van pasando frente a nuestros ojos, así como infinidad de fotografías tomadas
no solo en su retiro dorado, sino en muchos otros lugares.
En una
habitación se nos muestran sus innumerables viajes. Abundan los vídeos, tanto caseros
como profesionales, y, no podía ser de otra forma, no falta una sala privada de
proyección.
Salgo
al magnífico jardín, de 14 hectáreas, en el que encuentro árboles inmensos y
variados. Hace el día perfecto y el verde de las hojas nuevas contrasta con el
azul intenso del cielo. El paseo, que dura unos veinte minutos, me devuelve a
la entrada.
Junto
a ella han construido un edificio nuevo en el que proyectan una película de
diez minutos sobre su vida. Pero lo interesante está al otro lado de la
pantalla. Han recreado con todo detalle, muchos de los escenarios de sus
películas, y así nos adentramos en la estación de policía, en el restaurante
donde hizo de camarero, en la peluquería, …
En
total hay 32 figuras de cera que representan a actores o a amigos del artista,
tan conocidos como Einstein o Michael Jackson. También hay cuatro del propio
Chaplin.
A la
salida, otro autobús me acerca al cementerio donde reposan sus restos, junto a los
de Oona, su última esposa. La tumba ha sido reforzada con hormigón, ya que
pocos meses después del entierro, el cadáver de Chaplin fue robado por un par
de hombres, con la intención de pedir un rescate. Finalmente, viendo que no
iban a conseguir nada, los torpes ladrones lo devolvieron a la familia y fueron
capturados.
El
cementerio es pequeño y está vacío, salvo por una pareja que sale al llegar yo.
Saco un par de fotos y dejo una piedra encima de la tumba de cada uno de ellos.
Me siento un rato mientras rememoro su extensa filmografía, los momentos en los
que me hizo reír y aquellos otros en los que encogió mi corazón.
Al
poco, llega un grupo de unas quince o veinte personas que, junto con su guía,
rompen el encanto. Todos se abalanzan a tomar una foto, estorbándose de una
forma un tanto ridícula, como si la tumba pudiera marcharse en cualquier
momento. Pienso que al menos podré enterarme de las explicaciones que se den,
que seguro son interesantes, y me pregunto en qué idioma las darán, pero les
veo hacer gestos extraños y pronto descubro el motivo: ¡Resultó que era un
grupo de sordomudos!
Salen
de la misma forma que entraron, atropelladamente y sin cerrar la verja del
cementerio, pero con un selfie apresurado que enseñar.