martes, 24 de mayo de 2016

Lindau

La previsión del tiempo nos anunciaba un sábado soleado, y nosotros que necesitamos poco para ponernos en marcha, enseguida elegimos Lindau como destino. Luego, habría más nubes de las previstas…

El Lago Constanza sirve como frontera entre Suiza y Alemania, con Austria asomándose brevemente a sus aguas, y Lindau es la ciudad alemana más al este del lago. Construida sobre una isla, queda unida a tierra firme por un puente y un dique.

La estación de tren está situada muy cerca del puerto, conocido por la figura de un león que vigila la bocana junto al faro. En realidad, la ciudad es tan pequeña que todo queda al lado.


Pasamos junto a la Torre Mang, que sigue luciendo la coleta desde una de sus ventanas. Es una imagen que tenía grabada de una anterior visita, sin recordar exactamente el lugar hasta que volví a ver la torre. Aquí vine con unos amigos hace casi veinte años.


Aunque se han descubierto algunos restos romanos, todo nació con un convento de mojas a principios del siglo IX. El asentamiento fue creciendo hasta convertirse en ciudad imperial en el XII, pero fueron las rutas comerciales las que le dieron su máximo esplendor hasta que la mayor relevancia de los puertos marítimos implicara su decadencia.

Hoy en día es visitada por miles de turistas que admiran su muy bien conservado casco histórico, de origen medieval. El antiguo ayuntamiento data de la época gótica, aunque fue remodelado algunos siglos más tarde.




La fuente Lindavia Brunnen está dedicada al rey Ludwig II y fue inaugurada en 1884. Las esculturas simbolizan la pesca, la horticultura, y la agricultura.


Hay fachadas pintadas por todas partes, cervecerías y restaurantes que nos llaman, calles y plazas con encanto.






Una de ellas, la plaza del mercado estaba tomada por puestos con comida y flores. Desde allí vemos dos iglesias, la de St. Stephan a la izquierda y la Münster Unserer Lieben Frau a la derecha.






La fachada del Museo de la Ciudad también es bonita.


Después de comer, parece que sale el sol, así que seguimos recorriendo la ciudad, repitiendo algunos sitios hasta volver al puerto, donde los restos romanos no nos dicen gran cosa.








Nos acercamos a uno de los muchos hoteles para tomarnos una cerveza mientras, con el sol enfrente, controlamos la entrada y salida de barcos del puerto.


La vuelta, con muchos cambios de tren, se nos hace pesada, pero decidimos que tenemos con volver en verano, cuando los jardines estén llenos de flores.