lunes, 28 de septiembre de 2020

Andlau

Andlau es un pueblecito de Alsacia al que cogí cariño hace casi un cuarto de siglo. Vivía entonces en Bruselas y unos amigos a los que visitaba en Estrasburgo, me llevaron a esta zona largamente disputada por Francia y Alemania. Tuvo que ser en 1996, porque volví un año más tarde a este mismo restaurante llamado A la Couronne, y degustamos un chucrut tan espléndido que aún lo recuerdo. Igual que un postre llamado frutas rojas del bosque que nos sirvió para rellenar los escasos huecos dejados por un plato tan contundente.


He vuelto por Alsacia en varias ocasiones, especialmente desde que me mudé a Suiza a mediados de 2013. Los pueblos son preciosos, se come muy bien, se bebe mejor, y los tenemos a un par de horas de casa.



Llevé a mis nuevos amigos a los lugares que más me habían gustado, y descubrí que el restaurante estaba cerrado, más bien abandonado. Ahora, en nuestra última visita, pregunté a uno de los bodegueros y me explicó que, habiéndose jubilado los dueños, sus hijos no estaban interesados en seguir con el negocio. Por lo visto, no es fácil encontrar personal que quiera trabajar en un restaurante tan pequeño por mucho que se encuentre a media hora de Estrasburgo, en plena ruta vinícola.



Siento lástima por Europa entera; no solo ahora en tiempos de Covid, porque el mal viene de mucho antes. No se fomenta la iniciativa privada, la gente no quiere (o no le compensa) trabajar, y los sueldos son tan bajos que apenas se diferencian de unas subvenciones que, si bien nos hacen la vida más cómoda, también nos empobrecen, económica y mentalmente. Sobre todo, cuando lo que debería ser una ayuda puntual para salir del bache se convierte en algo crónico.



Algo, mucho, debemos estar haciendo mal cuando con tanta gente desempleada, dejamos escapar estas oportunidades, porque las subvenciones no van a durar para siempre. Sin actividad económica no habrá dinero, y para recoger la cosecha – algo que muchos no entienden – primero hay que sembrar.


Quiero dedicar esta entrada al amigo con el que disfruté de aquel almuerzo. En estos momentos lucha por su vida en una UCI, y no está claro que podamos volver a Andlau. Ojalá se recupere muy pronto.

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Thun

Sigo tirando de fotos de archivo, de excursiones que hice en 2019, y hoy os llevo a Thun, en lo que fue mi primera visita, allá por agosto pasado, sin que pueda creer que haya pasado tanto tiempo.


Es una ciudad medieval preciosa, rodeada de montañas y bañada por las aguas turquesas del río Aar, el mismo que excava profundos cañones más cerca de su nacimiento. Lo vimos aquí.




Multitud de terrazas se asoman a las orillas, y aunque es temprano, siempre hay alguien dispuesto a tomarse el aperitivo. Eso sí, a la suiza, en silencio y sin molestar a nadie.



Antes, siguiendo un recorrido propuesto en la oficina de turismo he atravesado algunos puentes muy pintorescos.




El día es soleado a más no poder, y hay flores por todas partes. Paseo por calles y plazas llenas de encanto. Algunas casas son de los siglos XV y XVI.




Voy camino del castillo, que está en lo alto del cerro y data del siglo XII, con reformas en el XV. Dentro del recinto amurallado encuentro esta iglesia.







Pago la entrada y entro en la fortaleza, donde hay que ascender cinco plantas con sucesivas exposiciones hasta alcanzar lo más alto de las torres. La vista desde allí es espléndida y podemos ver los Alpes y el lago de Thun. El castillo perteneció al duque Bertoldo V, de la poderosa familia Zähringen.






En realidad, toda esta visita turística es una excusa, porque mi objetivo principal es el Parque Schadau, donde encontramos un palacio del mismo nombre que data del siglo XIX. El jardín botánico es precioso y hay un restaurante gourmet de precios elevados. Pero he visto en Internet que sirven hamburguesas a coste razonable (si es que eso existe en Suiza) y ya sabéis lo que me gusta acompañarlas con una cerveza en un día soleado. A la boda que tiene lugar frente al palacio no me han invitado, pero me siento como si estuviese en primera fila.







Antes de regresar a la estación, en autobús, porque el sol pega de lo lindo, me acerco a esta iglesia románica, Se llama Kirche Scherzligen y tiene una preciosa torre carolingia, muy anterior y ahora restaurada. Las pinturas murales del interior son de los siglos XIII al XVI.






Cuanto más conozco Suiza, más me gusta.

viernes, 4 de septiembre de 2020

Neuronas de vacaciones

La mayoría de los que han accedido a este blog no terminarán de leer esta frase, mientras que muchos otros muchos no pasarán del segundo párrafo.

Escribo esto cuando acabo de concluir mi primer libro de Leonardo Padura, un autor que tenía en la recámara desde hace tiempo, y al que sin embargo me costaba darle una oportunidad. Me ha gustado, escribe muy bien y se aleja de la típica novela policiaca actual.



Pero no he venido a hablaros del libro, sino de lo que me ha costado terminar esas doscientas y pico páginas. A menudo llegaba al final de una de ellas sin enterarme de nada, con la mente en otro sitio y las neuronas derretidas bajo el esfuerzo de leer frases que superaban el renglón. Hacia adelante y hacia atrás, soltando el libro cada poco, fruto de un agotamiento que tampoco viene de ahora. Los escritores contemporáneos lo saben bien y distribuyen los puntos y seguido como quien siembra a voleo. Cuatro palabras, punto, cinco palabras, punto, Tres palabras, punto. Vaya, se terminó el libro. ¡Cuánto me ha gustado!

Éramos tontos y nos estamos volviendo gilipollas. No somos capaces de mantener la atención más allá del minuto y picoteamos de una cosa a otra sin que nos cunda el tiempo, absortos por una forma de vida cada vez más banal y estúpida. Me resisto, pero sucumbo, y por lo que veo a mi alrededor parece que no soy el único.

Lees la prensa y ya no hay artículos, sino vídeos. Miras los comentarios y la mayoría sueltan lo que les parece, en un lenguaje infame, sin que tenga relación con la noticia. Vas al cine y parpadean las pantallas de los móviles, por no hablar de que los cafés y restaurantes pronto tendrán mesas unipersonales, más parecidas a los cubículos de una empresa que al comedor de una casa antigua. De la televisión mejor no hablo.

Le echamos la culpa al estrés, a que llegamos reventados del trabajo, aduciendo que nos merecemos desconectar, un descanso, un alto en el camino, y no nos damos cuenta de que nos estamos idiotizando. Lo que es peor, somos conscientes de ello y no nos importa.

Leo un libro a la semana, pero son de usar y tirar. Los gordos, los densos, los que de verdad te cuentan algo interesante se apilan en la estantería en precario equilibrio, acumulando polvo. Youtube, pues no veo televisión ni series, es el chupete perfecto para pasar el rato mientras llega la hora de acostarse. Ideas de otros bien masticaditas.

Leo en papel, huyo de los likes y de las redes sociales, guardo el teléfono mientras almuerzo y mantengo curiosidad e ilusiones. Discuto hasta con mi sombra, pero siento que no voy por el camino correcto. Y ese soy yo, con cincuenta años; no quiero ni imaginar un futuro, hecho ya presente, en el que la gente no sepa argumentar porque sus cerebros reblandecidos estén llenos de ideas prestadas, de consignas fácilmente reciclables y sencillas de entender. Cuatro palabras, punto, cinco palabras, punto, Tres palabras, punto. Repítase.

Entrada escrita en noviembre del año pasado, cuya publicación se ha ido retrasando.