Alemania es un país grande y diverso
que prácticamente desconozco a pesar de su cercanía geográfica. Apenas si he
conseguido darle algunos bocados: Colonia, Aquisgrán, Berlín y Múnich, junto
con algunos pocos lugares más, se me antoja poco bagaje para un viajero europeo.
Es algo a lo que espero ir poniendo
remedio, y con este fin, publicaré un par de entradas sobre los pueblos de la
Selva Negra que visitamos el año pasado. Luego, más adelante, habrá otra sobre mi
reciente visita a Frankfurt am Main, pero cada cosa a su tiempo.
Aunque
los días van siendo cada vez más largos, sólo estamos a principios de mayo, y
cuando llegamos el viernes a nuestro destino, Memmingen, apenas tenemos tiempo
de cenar en una cervecería y de dar una vuelta nocturna por el centro.
A la
mañana siguiente, con la luz del día y las calles llenas de mercados improvisados
hay mucha más vida y la ciudad parece otra.
Dedicamos
el resto de la mañana a ver la catedral de Ulm, a la que también dedicaré otra
entrada.
y por la tarde nos acercamos a Bad Urach.
Hace muy
buena temperatura, ideal para pasear mientras admiramos las casas con entramado
de madera. Hay muchas, y las de la plaza principal son especialmente bonitas.
Después
de recorrer todo el pueblo, nos sentamos en la plaza a degustar una buena
cerveza alemana, y en ese momento no se me ocurre mejor forma de pasar el fin
de semana.
Nuestro
siguiente destino, al que queremos llegar antes de que se ponga el sol, es Tübingen,
a unos 40 km al sur de Stuttgart. Dejamos las maletas en el hotel, que está muy
bien situado, y nos lanzamos a recorrer la ciudad.
Cruzamos
el río Neckar para hacer fotos, pero desandamos el puente y recorremos la
orilla por un parque con árboles inmensos. La gente descansa en la hierba o
pasea, pero con mucha tranquilidad, sin molestar a nadie.
El río
está lleno de barcas impulsadas con pértigas. Algunas transportan a turistas,
pero en otras hay jóvenes locales que dan cuenta de sabrosas barbacoas.
Ascendemos
en dirección al castillo, que está bastante alto, pero hay algún tipo de espectáculo
y decidimos no entrar.
Los
últimos rayos de sol le dan un color precioso a la piedra. En la calle se ven
varios saltimbanquis, y hay bastante ambiente. Calles y plazas se suceden hasta
que decidimos cenar junto al río.
El lugar es bonito, pero el servicio
es pésimo. Tardan una enormidad en traernos unas cervezas que hemos pedido dos
veces, se olvidan del agua y nos traen la comida a destiempo. Ceno una flammkuchen,
que nada tiene que ver con la que hacen en Alsacia. Mientras, al otro lado del
río la música de una fiesta privada invade la calle.
Continuará…