Así se titulaba uno de los discos de Supertramp a mediados de los años setenta, pero la única acepción que estoy dispuesto a admitir es la de cambio. Una renovación que, en mi caso, se me antoja perenne.

Porque si estudiar francés y alemán a un tiempo, volver al gimnasio, tener cinco o seis libros empezados (y recordar de qué trata cada uno), llenar los fines de semana, hacer fotos sin parar, viajar de forma compulsiva, entretenerse con el buen cine, degustar una cena en buena compañía, cultivarse en una sala de exposiciones, compartir las ilusiones de otros, y disfrutar de la familia y los amigos, es síndrome de estar en crisis, entonces yo llevo bastante tiempo inmerso en la peor de ellas.
Escribo esto unos días antes de publicarlo, sentado dentro de un avión, camino a casa, pero con la mente puesta en la siguiente aventura, que no ha de discurrir necesariamente en un lugar lejano. Hacer planes de futuro no está mal, siempre que esté uno dispuesto a cambiarlos.
Qué puedo decir, si esto son los terribles cuarenta, bienvenidos sean.
Escribo esto unos días antes de publicarlo, sentado dentro de un avión, camino a casa, pero con la mente puesta en la siguiente aventura, que no ha de discurrir necesariamente en un lugar lejano. Hacer planes de futuro no está mal, siempre que esté uno dispuesto a cambiarlos.
Qué puedo decir, si esto son los terribles cuarenta, bienvenidos sean.