Dejamos atrás la muralla y nos vamos a la orilla del
lago, aunque no es el mejor día para tomar fotos. No faltan los barcos
restaurante ni los yates de diseño.
Me acojo a sagrado ante la posibilidad de lluvia, pero
es una falsa alarma y puedo continuar caminando mientras busco el famoso león.
Empiezo a pensar que no lo voy a encontrar sin preguntar cuando encuentro una
calle llamada así: calle del león.
Y aquí está, una escultura de un león moribundo que
conmemora la muerte de 760 mercenarios de la guardia suiza en la Revolución
Francesa (Wikipedia). La escultura, del danés Bertel Thorvaldsen, es de 1821 y
mide 6 metros de alto por 10 de largo.
Por allí cerca hay un jardín,. Un museo y un laberinto
de espejos sólo apto para los más pequeños. Esperaba algo más de este jardín geológico
formado por un antiguo glaciar, sobre todo después de pagar los 15 francos de
la entrada.
Ha llegado el
momento de reponer fuerzas. Los restaurantes que hay junto al puente me parecen
demasiado turísticos, de esos que te cobran las vistas y descuidan la comida,
pero hete aquí que me topo con una cervecería.
Claro,
hay que probar la especial, que está riquísima, y la de la casa. Los botes son
de mostaza, y la del tapón rojo, que es la más picante, está estupenda.
Cómo será que con
el estómago lleno lo veo todo más soleado.
El Puente de la
Capilla tiene más de doscientos metros de largo, y aunque es originario del siglo
XIV se quemó en agosto de 1993 y el que vemos ahora es una reconstrucción.
En el
interior vemos unas pinturas triangulares que reproducen las originales del
siglo XVII. En ellas vemos escenas de la ciudad.
Dejamos Lucerna por
el momento, pero sospecho que voy a venir a menudo por aquí.