lunes, 23 de abril de 2018

Menos face y más book

La imagen me llegó por Whatsapp hace tiempo, lo que no deja de ser una ironía. Es un recordatorio de que la lectura, además de un placer, es muy necesaria para mantener nuestra agilidad mental, para que nuestras neuronas se relacionen y creen vínculos de amistad permanentes.


Dicen, y yo estoy de acuerdo, que nuestro cerebro es vago, que busca siempre el camino más cómodo, el que implica menos esfuerzo. Es por ello que la imagen triunfa sobre la palabra. Llegamos a casa agotados tras una jornada laboral y la televisión, en el caso de los mayores, y Youtube en el de los jóvenes nos tienta. Las redes sociales nos permiten relacionarnos con el piloto automático encendido. Una carita sonriente y un me gusta; o varios.

Pero algunos, cada vez menos, nos rebelamos. No es “smart-algo", tampoco sigue las órdenes dictadas a viva voz ni los movimientos de las manos. No está compuesto de píxeles, pero de momento sobrevive como puede al auge de las pantallas. Es el libro en papel, que resiste los embates de una tecnología que los erosiona página a página. Los míos están por todas partes, repartidos en mesas, aparadores y sofás, amontonados cuales piedras inestables con las que tropiezo una y otra vez. Me miran desde las estanterías como ese cachorro de la tienda de animales, y no puedo resistirme.

Hace aproximadamente un año os traía una lista de libros pendientes. Hoy os muestro otra, con los que más me han gustado en estos últimos meses, sin ánimo de criticarlos individualmente.

Terminé, después de muchas horas terribles, El poder del perro (Don Winslow), un relato sobre el mundo del narcotráfico en México; terribles por lo crudo que es y porque sospecho que se parece demasiado a una realidad demasiado dura como para hacerla nuestra. Es muy bueno, pero no apto para todos los corazones, aviso. Algo parecido le sucede a El cártel, del mismo autor, que es una continuación del anterior.    



De Dennis Lehane cayeron dos, Vivir de noche, que es Chandler en estado puro, vibrante, muy de cine negro, y Mystic River, que está a la altura, pero al que le sobran algunas páginas.



Y ya que vamos por parejas, también terminé la trilogía de Toni Hill con Los buenos suicidas y Los amantes de Hiroshima. El autor barcelonés consigue que empatice con sus personajes y que siga la trama paralela de sus vidas privadas además de las investigaciones. El primero de la serie lo había leído varios meses antes.



No podían faltar los libros de cine, como Sergio Leone, de Carlos Aguilar, y Chaplin, de Peter Ackroyd, interesantes los dos, al igual que una biografía de Audrey Hepburn (Donald Spoto) que me emocionó, hasta el punto de que le dediqué una entrada hace algunas semanas. Y ya que estamos con biografías, leí J.R.R. Tolkien (Collin Duriez), que retrata al genial filólogo sudafricano que nos llevó a la Tierra Media en una aventura que ya conoce todo el mundo.





En el apartado histórico, la segunda parte de la Reconquista, contada por Jose J. Esparza en Moros y cristianos, la gran aventura de la España medieval, nos lleva por los años en los que todos luchaban contra todos en la Península, en una sucesión de reyes, traiciones y alianzas. También me gustó mucho La guerra anglo-española, de Rubén Sáez Abad, un compendio de las batallas entre ambas naciones a lo largo de un amplio y azaroso periodo de nuestra historia.



Volviendo a los libros fáciles de leer, me gustaron El círculo, 
de Bernard Minier, Bajo el hielo, del mismo autor, El cuento de la criada, de Margaret Atwood (quizás un poco sobrevalorado pero interesante) y Los restos del día, de Kazuo Ishiguro, que es tan reposado como la película.





Hace algo más de tiempo me leí dos de esos libros que no puedes soltar porque te atrapan incluso después de haberlos terminado. Joël Dicker apareció en mi universo gracias a una acertada recomendación con dos de sus obras: La verdad sobre el caso Harry Quebert y El libro de los Baltimore.



Finalmente, un regalo precioso que me hicieron y que aprecio mucho, Más que nada, de Raúl Tamargo, un librito con unas descripciones excelentes que se lee de un tirón, pero se aprecia lentamente, como los buenos vinos.


Hubo más, pero por unas razones u otras me gustaron menos. Ahora se acerca la Feria del Libro en Madrid, y mucho me temo que caerán unos cuantos más.