miércoles, 25 de septiembre de 2019

Rafa Nadal

Me perdí el primer set de la final del Open USA porque estaba volando, y los dos últimos porque se me hacía demasiado tarde y a la mañana siguiente tenía que madrugar, pero en las dos horas que estuve frente al televisor me lo pasé en grande. Menudo partidazo el de Nadal contra Medvedev. Cuando todo parecía decantado hacia el lado del español descubrimos la garra y la fuerza de un rival que vendía cara su derrota y que luchó – como Nadal – hasta el final.

Si alguien me preguntase por mis héroes, por las personas a quienes admiro, tendría que dar nombres de mi entorno, gente desconocida y anónima, pues soy reacio a creerme lo que nos cuentan los medios de comunicación. La imagen que tenemos de los personajes públicos es sesgada, subjetiva e incompleta, y yo necesito conocer muy bien a una persona para poder admirarla.

No obstante, en algunas ocasiones, a fuerza de ver a ciertos individuos una y otra vez, es inevitable formarse una idea de ellos. Es el caso de Rafa Nadal. Es obvio que no le conozco personalmente, por lo que solo opino en base a lo que he visto en la tele o he leído en la prensa, pero llama la atención que alguien pueda llegar a lo más alto y mantener esa humildad que le caracteriza.

No, no tengo héroes conocidos, pero él representa algunos de los valores que más priorizo. No esté ahí por casualidad, sino por su esfuerzo continuo, por esas ansias de mejorar que le han permitido superar lesiones y malas rachas. Tiene talento, es verdad, pero sigue en la brecha cuando muchos otros habrían abandonado.

Algunos quieren politizarlo, otros le hacen preguntas trampa que solo buscan un titular que atraiga el dinero de la publicidad, pero Nadal contesta en la cancha y fuera de ella, demostrando su valía y dando ejemplo.

No sé si ganará más Grand Slam que nadie, pero eso no es lo más importante. Después de todo, las marcas están para ser superadas y alguien le batirá. Lo esencial es seguir disfrutando de su juego mientras podamos, y, ¿por qué no? de su forma de ser. Gracias, Rafa.

viernes, 13 de septiembre de 2019

Islandia II

Seguimos donde lo habíamos dejado hace unos días. La naturaleza apabulla, sobre todo por los paisajes, ya que la fauna es esquiva y mantiene una distancia enorme con los humanos, con la excepción de gaviotas y charranes. Estos últimos son bien agresivos en cuanto te descubren cerca de unos nidos que ni siquiera has visto, atacándote desde arriba sin importarles tu tamaño.





La llaman la isla del hielo y el fuego, pero encontramos más viento y más agua en estado líquido que otra cosa. Hay flores y lava por todas partes, pero también géiseres, calderas y fumarolas, volcanes dormidos, de bonitos colores, ríos que lo mismo discurren apaciblemente como se precipitan formando altísimas y ruidosas cascadas dignas de aparecer en una película.








Salimos a ver ballenas un par de veces, cosechando una de cal y otra de arena, embutidos en trajes especiales que te protegen del viento y el frío. Saber que tienes cerca un animal tan grande, aunque solo puedas ver un trocito de él durante apenas un instante, ya emociona. Como en muchos otros sitios, el avistamiento con fines turísticos aporta más divisas que su caza y gracias a ello puede que estos gigantes se salven.




Pasear junto a los acantilados te garantiza encontrar muchas especies de aves, a veces hasta focas que duermen perezosamente, pero por lo general, unos y otras están demasiado lejos para mi 300 mm. Sacar fotos es frustrante por la distancia y por la rapidez con la que sobrevuelan el mar y las rocas. Es mejor llevar unos prismáticos y disfrutar del momento.





Los frailecillos (Fratercula arctica) nos estuvieron dando esquinazo durante muchos días, pero cuando por fin los encontramos pudimos acercarnos más de lo que esperaba. Era uno de los objetivos del viaje, y lo cumplimos con creces.



Las carreteras son estrechas, con buen firme en la nacional uno, baches o grava en muchas otras partes, pero siempre sin tráfico. No condujimos por las que cruzan el centro de la isla, pues además de estar vedadas a los vehículos de alquiler, son más complicadas, aptas solo para vehículos especiales y conductores experimentados.


Hacia el final, nos adentramos en dos túneles de lava que nos maravillaron. Antes, habíamos caminado por un glaciar cubierto de cenizas de color negro y nos habíamos embarcado en un bote anfibio para ver témpanos errantes movidos por el viento a su capricho. Todos ellos son paisajes extraterrestres, de ciencia ficción.




Esta vez no hubo que comer insectos, como en Camboya, pero sí nos atrevimos con el tiburón podrido. Para ello tuve que convencerme de que no estaba contribuyendo a su exterminio, como os cuento en el blog de tiburones, pero sigo pensando que deberíamos hacer lo posible por evitar estas capturas, por muy accidentales que sean.


Ahora, como siempre, he de pegarme con las fotos para ir preparando entradas. Como colofón, decir que íbamos con unas expectativas muy altas que no fueron defraudadas. Si algo siento es no haber tenido tiempo para recorrer más senderos.