Me perdí el primer set de la final del Open USA porque estaba volando, y los dos últimos porque se me hacía demasiado tarde y a la
mañana siguiente tenía que madrugar, pero en las dos horas que estuve frente al
televisor me lo pasé en grande. Menudo partidazo el de Nadal contra Medvedev.
Cuando todo parecía decantado hacia el lado del español descubrimos la garra y
la fuerza de un rival que vendía cara su derrota y que luchó – como Nadal –
hasta el final.
Si alguien me preguntase por mis héroes, por las personas
a quienes admiro, tendría que dar nombres de mi entorno, gente desconocida y
anónima, pues soy reacio a creerme lo que nos cuentan los medios de
comunicación. La imagen que tenemos de los personajes públicos es sesgada,
subjetiva e incompleta, y yo necesito conocer muy bien a una persona para poder
admirarla.
No obstante, en algunas ocasiones, a fuerza de ver a
ciertos individuos una y otra vez, es inevitable formarse una idea de ellos. Es
el caso de Rafa Nadal. Es obvio que no le conozco personalmente, por lo que
solo opino en base a lo que he visto en la tele o he leído en la prensa, pero
llama la atención que alguien pueda llegar a lo más alto y mantener esa
humildad que le caracteriza.
No, no tengo héroes conocidos, pero él representa algunos
de los valores que más priorizo. No esté ahí por casualidad, sino por su
esfuerzo continuo, por esas ansias de mejorar que le han permitido superar
lesiones y malas rachas. Tiene talento, es verdad, pero sigue en la brecha
cuando muchos otros habrían abandonado.
Algunos quieren politizarlo, otros le hacen preguntas
trampa que solo buscan un titular que atraiga el dinero de la publicidad, pero
Nadal contesta en la cancha y fuera de ella, demostrando su valía y dando
ejemplo.
No sé si ganará más Grand Slam que nadie, pero eso no
es lo más importante. Después de todo, las marcas están para ser superadas y
alguien le batirá. Lo esencial es seguir disfrutando de su juego mientras
podamos, y, ¿por qué no? de su forma de ser. Gracias, Rafa.