En Madrid
es habitual que la segunda mitad de agosto nos traiga temperaturas más suaves y
agradables, pero este año el calor había llegado para quedarse y aún nos
castigaba sin piedad.
Con la
familia y la mayoría de mis amigos aún de vacaciones, aproveché para ver la
última película de Woody Allen, un rito anual que vengo cumpliendo desde que
puedo recordar.
Había
leído algunas críticas, tan malas, que me dije que no podían ser objetivas.
Otras, en cambio, eran más benévolas con el cineasta neoyorquino, sin que
ninguna terminase de alabar abiertamente la película.
Lo cierto
es que vivimos en un mundo en el que todo es blanco o negro, o lo amas o lo
odias, o estás conmigo o contra mí. Más que nunca, las opiniones parecen haber
pasado por el tamiz del mejor postor, en un proceso que las banaliza y las hace
inútiles.
En estos
caso, nada mejor que comprobarlo por uno mismo (y de paso, dar tu opinión,
igualmente prescindible).
Efectivamente,
Allen tiene poco o nada nuevo que contar. Sigue inmerso en ese bache que en mi
opinión dura desde la magnífica Match
Point que nos regaló hace ya más de una década. Tras ella, Si la cosa funciona fue el último
estertor de un cerebro gastado por el uso.
Me aburrí
durante todo el filme, estuve rebulléndome en la butaca de un cine casi vacío y
apenas sonreí en un par de ocasiones. Ni siquiera la banda sonora, tan cuidada
como siempre, ni la estupenda fotografía de un sobresaliente Vittorio Storaro
consiguieron que la nota pasara de un “progresa adecuadamente” que se queda en
tierra de nadie.
No es la
peor de Woody Allen, ni mucho menos, pero los que hemos disfrutado con Annie Hall, Manhattan, Hannah y sus hermanas, y compañía, ponemos el listón
demasiado alto, sin darnos cuenta de que ese pasado resplandeciente es eso: un
pasado que no volverá.
Dicho
todo esto, lo que verdaderamente me aterra es que comparada con los otros
estrenos de 2016, Café Society es más
que buena. Siento que el cine actual me ha adelantado por la derecha. Con sus
ínfulas de espectáculo falto de guión,
con sus remakes absurdos y con su mirada puesta en unos espectadores a los que
doblo en edad, me deja absorto y sin palabras. Visto así, que Woody nos dure
muchos años.