domingo, 25 de septiembre de 2016

Café Society

En Madrid es habitual que la segunda mitad de agosto nos traiga temperaturas más suaves y agradables, pero este año el calor había llegado para quedarse y aún nos castigaba sin piedad.

Con la familia y la mayoría de mis amigos aún de vacaciones, aproveché para ver la última película de Woody Allen, un rito anual que vengo cumpliendo desde que puedo recordar.

Había leído algunas críticas, tan malas, que me dije que no podían ser objetivas. Otras, en cambio, eran más benévolas con el cineasta neoyorquino, sin que ninguna terminase de alabar abiertamente la película.

Lo cierto es que vivimos en un mundo en el que todo es blanco o negro, o lo amas o lo odias, o estás conmigo o contra mí. Más que nunca, las opiniones parecen haber pasado por el tamiz del mejor postor, en un proceso que las banaliza y las hace inútiles.

En estos caso, nada mejor que comprobarlo por uno mismo (y de paso, dar tu opinión, igualmente prescindible).


Efectivamente, Allen tiene poco o nada nuevo que contar. Sigue inmerso en ese bache que en mi opinión dura desde la magnífica Match Point que nos regaló hace ya más de una década. Tras ella, Si la cosa funciona fue el último estertor de un cerebro gastado por el uso.

Me aburrí durante todo el filme, estuve rebulléndome en la butaca de un cine casi vacío y apenas sonreí en un par de ocasiones. Ni siquiera la banda sonora, tan cuidada como siempre, ni la estupenda fotografía de un sobresaliente Vittorio Storaro consiguieron que la nota pasara de un “progresa adecuadamente” que se queda en tierra de nadie.

No es la peor de Woody Allen, ni mucho menos, pero los que hemos disfrutado con Annie Hall, Manhattan, Hannah y sus hermanas, y compañía, ponemos el listón demasiado alto, sin darnos cuenta de que ese pasado resplandeciente es eso: un pasado que no volverá.

Dicho todo esto, lo que verdaderamente me aterra es que comparada con los otros estrenos de 2016, Café Society es más que buena. Siento que el cine actual me ha adelantado por la derecha. Con sus ínfulas de espectáculo falto de  guión, con sus remakes absurdos y con su mirada puesta en unos espectadores a los que doblo en edad, me deja absorto y sin palabras. Visto así, que Woody nos dure muchos años.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Stonehenge II

Continuamos con la entrada de hace unos días.

A las 18.45, cuando las instalaciones se vaciaban de público, volvimos a subir en uno de los autobuses que te acercan desde el centro de visitantes al monumento. No llegamos a llenarlo, y había gente de varios países. Muy brevemente, nos dieron algunas reglas de sentido común, como la de no tocar las piedras, por ejemplo.

Al llegar, nos quedamos fuera de la cuerda, sin atrevernos a entrar, como si no estuviésemos autorizados a cruzarla. Pero eso duró poco.




El sol de la tarde iluminaba entonces las piedras; era la mejor luz del día, y vagábamos de un lugar a otro intentando no estropear las fotos de los demás, salvo un grupo que llevaba su propio guía. Como siempre, se pusieron en todo el medio sin respetar a los que queríamos hacer fotos sin que saliesen ellos. Típico y previsible.



Me acerqué a una piedra que descansa horizontal en el suelo. La llaman la piedra de los sacrificios, aunque el color rojo que tiene a veces, cuando llueve, se debe al hierro que contiene, no a la sangre.



Las blue stones son más pequeñas, algunas pesan en torno a 4 toneladas y se cree que fueron traídas en balsas de madera desde las montañas Preseli, que están a casi 400 kilómetros. Estas piedras forman dos círculos concéntricos, pero incompletos.


Hay quien cree que se les atribuían poderes curativos y que ese fue el motivo de traerlas hasta aquí.

Las sarsen stones llegaron unos 150 años más tarde y son mucho más grandes. La mayor pesa unas 50 toneladas, y debieron ser transportadas en trineos de madera desde Marlborough Downs, que está a unos 40 kilómetros. En 1958 se restauró uno de los grupos de piedras de la herradura, después de que hubiese caído en 1797, sumándose a los dos que se mantenían en pie. Otros dos están parcialmente derribados.


Busqué algunos contraluces, pero la masa de las piedras es demasiado uniforme, y no quedaron como esperaba, así que os dejos unos hdr. Poco a poco, el sol se iba acercando al horizonte, y me alegré de haber ido a finales de mayo, cuando los días son más largos.




Son sesenta minutos que pasan en un vuelo.




El caso es que Stonehenge forma en realidad parte de un complejo mucho más grande, con varias tumbas conectadas por avenidas. Recientes excavaciones han sacado a la luz un poblado con cerca de mil viviendas, que sin embargo no estaba habitado de forma continuada.


Ya no había servicio de autobuses, pero había reservado un taxi, que llegó con media hora de retraso, para que me llevase de vuelta a Salisbury. Poco después, subido en un tren a Londres, escuchaba por la radio cómo el Real Madrid ganaba su undécima Copa de Europa, ahora Champions League.

Este enlace os permite ver el monumento desde dentro.

Esta página web también nos da bastante información.

Y éste es el del English Heritage, con mucha información en inglés.