He aprovechado mi reciente visita a Toronto para acercarme de nuevo por Niágara. En esta ocasión tomamos un tren en vez del autobús. Bueno, no era exactamente éste:
Es complicado moverse en transporte público porque no hay demasiadas opciones, así que tuvimos que combinar tren, autobús y coche de San Fernando bajo un calor húmedo algo desagradable y muy pegajoso.
Tenía una espina clavada desde que hace dos años decidiera no subir a la torre. No me explico cómo me pudo suceder algo así, porque tiempo tuve de sobra. Al día siguiente me tiraba de los pelos, pero ya era tarde.
Menos mal que la vida te da a veces una segunda oportunidad y pude enmendar mi error, porque las vistas desde allí son magníficas. Os dejo con unas cuantas fotos.