miércoles, 24 de enero de 2018

Paseo invernal

Avanzaba diciembre y pronto sería Navidad; los amigos desertaban de vuelta a sus países de origen como quien no quiere la cosa, y un año más era de los últimos en defender el fuerte. Los primeros se llevan la gloria, pero los que apagamos la luz conocemos el valor de saber resistir. Era el momento perfecto para darse una vuelta en solitario por las faldas de un Zugerberg recién nevado.


Al principio no encontré demasiada nieve, pero la capa fue haciéndose más espesa conforme ganaba altitud, hasta el punto de que las huellas de los otros senderistas pronto quedaron disimuladas. El camino estaba más solitario que nunca y apenas me crucé con tres o cuatro personas y un perro amistoso.





Tendemos a pensar que toda Suiza está nevada y lo cierto es que la zona en la que vivo no está tan alta con respecto al mar. La nieve llega y se marcha; solo se queda en este monte que hay al este de Zug, e incluso allí no dura más de un par de meses.




Es un camino que he recorrido muchas veces, generalmente en verano. Su pendiente es suave y va paralelo al lago, por lo que es imposible perderse. No obstante, en esta ocasión pienso regresar por donde he venido.



Los pájaros, hoy callan, y solo se escucha el correr del agua, que padece de vértigo y no es amiga de las alturas. Mientras, los troncos talados impregnan el aire con su olor característico. Después de tantos viajes, de tantos fines de semana fuera, necesitaba reencontrarme con este bosque. Lo tengo a diez minutos de casa, y visitarlo es un bálsamo. Además, este paseo pre-navideño es ya una tradición.


Me digo que tengo que volver, que se va haciendo tarde, pero me tienta descubrir lo que hay detrás de cada curva. Árboles de hoja caduca y perenne se intercalan, y las ramas desnudas parecen de cristal.



Al fondo, por un resquicio, se aprecia el lago, que hoy va vestido de gris perla. A mi lado, los troncos semejan barricas apiladas al borde del camino.




Los senderistas no llegan tan alto, y los esquiadores de fondo han tomado el funicular hasta la cumbre, de modo que esta tierra de nadie, ignota, me pertenece por entero.