Avanzaba
diciembre y pronto sería Navidad; los amigos desertaban de vuelta a sus países
de origen como quien no quiere la cosa, y un año más era de los últimos en
defender el fuerte. Los primeros se llevan la gloria, pero los que apagamos la
luz conocemos el valor de saber resistir. Era el momento perfecto para darse
una vuelta en solitario por las faldas de un Zugerberg recién nevado.
Al
principio no encontré demasiada nieve, pero la capa fue haciéndose más espesa
conforme ganaba altitud, hasta el punto de que las huellas de los otros
senderistas pronto quedaron disimuladas. El camino estaba más solitario que
nunca y apenas me crucé con tres o cuatro personas y un perro amistoso.
Tendemos
a pensar que toda Suiza está nevada y lo cierto es que la zona en la que vivo
no está tan alta con respecto al mar. La nieve llega y se marcha; solo se queda
en este monte que hay al este de Zug, e incluso allí no dura más de un par de
meses.
Es un
camino que he recorrido muchas veces, generalmente en verano. Su pendiente es
suave y va paralelo al lago, por lo que es imposible perderse. No obstante, en
esta ocasión pienso regresar por donde he venido.
Los
pájaros, hoy callan, y solo se escucha el correr del agua, que padece de
vértigo y no es amiga de las alturas. Mientras, los troncos talados impregnan
el aire con su olor característico. Después de tantos viajes, de tantos fines
de semana fuera, necesitaba reencontrarme con este bosque. Lo tengo a diez
minutos de casa, y visitarlo es un bálsamo. Además, este paseo pre-navideño es
ya una tradición.
Me
digo que tengo que volver, que se va haciendo tarde, pero me tienta descubrir
lo que hay detrás de cada curva. Árboles de hoja caduca y perenne se
intercalan, y las ramas desnudas parecen de cristal.
Al
fondo, por un resquicio, se aprecia el lago, que hoy va vestido de gris perla.
A mi lado, los troncos semejan barricas apiladas al borde del camino.
Los senderistas no llegan tan alto, y los esquiadores de fondo han tomado el funicular hasta la cumbre, de modo que esta tierra de nadie, ignota, me pertenece por entero.