Dicen que la experiencia es un grado,
y uno, aunque torpe, termina aprendiendo. Mi primera visita al Jungfraujoch fue
hace más de dos años, con un par de amigos en un día en el que las nubes no
dejaban ver casi nada.
Esta vez, después de dar calabazas a
mi sofá, consulté la página web, y viendo
que hacía un sol espléndido allá arriba, agarré la cámara de fotos y el abrigo,
y me planté en la estación. Estamos en marzo, por cierto.
No está cerca; son cinco horas de
tren de ida y otras tantas de vuelta, pero creo que mereció la pena …
Aquí en
Suiza el tiempo cambia tan rápido que es imposible tenerlas todas contigo, y la
verdad es que las nubes del camino no auguraban nada bueno, pero confiaba en
subir más alto que ellas.
No en
vano voy hacia el Top of Europe, la estación
de trenes más alta del continente. Me hicieron falta cuatro conexiones para
llegar y el último tramo se hace a través de un túnel que incluye un par de
paradas para ir abriendo boca, pero creo que lo mejor será ir directamente
hasta lo más alto.
Al salir
del tren, que te lleva cómodamente hasta arriba del todo, me encaminé hacia el
observatorio de la Esfinge, que toma su nombre de la roca sobre la que se
asienta. Estoy a 3.571 metros sobre el nivel del mar y mis pulmones protestan
por la falta de oxígeno, ya que no llevo bien la altitud.
Desde
allí tenemos preciosas vistas del glaciar Aletsch, que ya os he enseñado en
otras entradas. Entonces admirábamos su famosa curva desde un punto elevado,
hoy vemos dónde comienza este inmenso río de hielo, el mayor de la Europa
continental.
Al norte
tenemos las cumbres del Mönch (4.107 m) y del Eiger (3.970 m), dos picos
impresionantes. Están tan cerca que casi podemos tocarlas.
Al sur la del Jungfrau (4.158 m)
Y al oeste
una gran extensión de los Alpes, con algunas de las nubes que veíamos desde
abajo. En Suiza es habitual que los valles estén nublados mientras que en las
montañas hace un sol espléndido.
Al cabo de un rato, a pesar de ir
bien abrigado, se empiezan a notar los diez grados bajo cero. Decido volver
dentro y encaminarme hacia la plataforma inferior. Mientras, los operarios
apartan la nieve acumulada, y algunas aves vienen a por la comida que les
ofrecen los turistas.
Hago una
breve entrada en el palacio de hielo, pero en un día como hoy me interesan más
las vistas que las esculturas de hielo, que además están en peor estado de
conservación que en otros lugares. Tampoco hago caso de las exposiciones que
nos cuentan cómo se construyó todo esto, porque ya me las conozco.
Fuera me
espera un paisaje parecido al ya visto desde arriba, pero no me canso de
admirarlo y, por supuesto, caen más fotos.
Algunos
esquiadores llegan en helicóptero y eso me recuerda que un amigo me recomendó
ver estos montes desde el cielo.
Hay
turistas, pero no está tan masificado como en verano. Miro el reloj y algo más
tarde de las cuatro, renuente, dirijo mis pasos hacia la estación, no sin hacer
antes las últimas fotos del día.
Aún me quedan cinco horas y cinco
trenes para llegar a casa.