Société Générale declara que ha sido objeto de un fraude. Uno de sus empleados, Jérôme Kerviel, broker, de 31 años, ha perdido 4.900 millones de euros. No está claro si lo hizo con la intención de desviar posibles beneficios a su cuenta personal, aunque parece que su intención era ganar dinero para el banco y obtener así una abultada prima de 300.000 euros. Asumió para ello posiciones de alto riesgo, que entraron en pérdidas con la caída de los mercados financieros. Trabajaba en el mercado de futuros sobre los índices bursátiles europeos.
Lejos quedan los tiempos en los que uno podía negociar y cerrar el trato en el mismo día. Ahora, si tu empresa cotiza en un mercado organizado, estás sometido a una burocracia interna que paraliza cualquier atisbo de negocio. Todo hay que consultarlo; todo requiere de las aprobaciones y firmas pertinentes. Al final nos eternizamos, dedicamos más tiempo a las auditorias que a generar dinero para nuestra empresa.
Los organismos reguladores buscan la protección del más débil, del accionista que no entiende, que invierte su dinero sin saber lo que está comprando. No podemos hacernos expertos en todo, y necesitamos que nos protejan. Eso es bueno, pero aunque las intenciones sean nobles me pregunto si al ponerlas en práctica conseguimos el objetivo. ¿Están protegidos los accionistas? ¿Qué piensan los que tenían acciones de Société Générale, el segundo banco más importante de Francia? ¿Cómo evitar la tentación de quedarnos con un par de millones cuando vemos pasar tantos por delante de nuestros ojos?
Para empezar, habría que preguntarse quién determina los controles. No es lo mismo trabajar en un banco que en una empresa farmacéutica, pero a muchos parece darles igual. Autorizaciones impuestas por gente que poco o nada sabe del negocio, que en la mayoría de los casos son absurdas y que llevan a que multitud de operaciones interesantes se queden en el limbo, después de varias idas, venidas, negociaciones en falso y pérdidas de tiempo. El chiste de Dilbert es bastante ilustrativo.

- No has introducido en el contrato ninguno de los cambios que acordamos el último mes.
- Así es como negocio. No estoy autorizado a realizar cambios en el contrato. Y los directores que pueden hacerlo pensarán que no estoy haciendo mi trabajo si se lo pido. Así que digo que sí a todo lo que tú me pides y no lo cambio en el contrato. Espero irte convenciendo a lo largo de varios meses, de forma que firmes el contrato tal cual está.
- ¿Puedes por lo menos cambiar el apartado tres como te pedí?
- Claro, no hay problema. Nos vemos dentro de un mes.
Nos encontramos después, con que quien tiene que supervisar que se cumplan las normas, muchas veces tampoco entiende el negocio ni dispone de tiempo suficiente para revisar los papeles con calma. De esta forma, es fácil esquivar preguntas, ocultar, engañar o incluso falsificar. Vivimos en un mundo altamente especializado, donde los jefes también desconocen lo que hacen los empleados. Francamente, me extraña que no haya más escándalos. Por cierto, ¿os habéis fijado en que siempre que surge uno es porque hay pérdidas?
¿Qué ocurre cuando un operador se salta los límites? Y lo que es peor, cómo se entiende que un consejero del banco vendiera sus acciones dos semanas antes de que se destapara el fraude, haciendo uso de información privilegiada, y cometiendo un delito. 85 millones de euros, nada menos, siempre según la prensa, que en cuestión de números no me fío de nada de lo que dicen.
En definitiva, es bueno que haya controles, pero adecuados a cada empresa, establecidos por expertos y verificados por gente honesta e informada. De otra forma, los accionistas seguirán estando expuestos a los tiburones y a los fraudes.