Cuando llegamos la tarde anterior, faltaba apenas media hora para el cierre, cosa que nos advirtieron muy oportunamente, porque en este castillo hay mucho, pero mucho que ver. De modo que lo dejamos para el último día.
Fuimos los primeros en entrar, una suerte para los que nos gusta hacer fotos sin gente, aunque como estábamos en mitad del verano de la pandemia apenas éramos un puñado de turistas.
De esta forma, nos dimos de bruces con esta inmensa sala, llamada española, y que tiene 45 metros de largo.
Fue construida entre 1569 y 1572, y alberga 27 retratos de soberanos del Tirol, pintados por Giovanni Battista Fontana, que están acompañados por escenas mitológicas y alegóricas.
Las puertas, muy decoradas, se las debemos a Conrad Gottfried, quien también se encargó del techo. Por desgracia, la sala fue gravemente dañada por la humedad, por lo que hubo de ser restaurada en 1878-1880.
El patio del castillo superior fue decorado en grisalla entre 1564 y 1567 y se encuentra entre los frescos mejor conservados del siglo XVI. Encontramos representaciones de musas, virtudes, héroes y heroínas, pero la misión principal era unificar las irregularidades arquitectónicas debidas al desnivel del terreno.
En casi soledad, vamos atravesando estancias en las que abundan los frescos y la madera, pero que nos sorprenden por la cantidad de baños que vamos encontrando. Son diferentes, pero usan la técnica de calentar el agua con piedras puestas al fuego.
También abundan las estufas, siempre presentes en este tipo de edificios.
La capilla de san Nicolás, orientada al este, fue consagrada en 1330 y es de planta cuadrada. Aunque los muros exteriores de la nave y los cimientos son de la época medieval esta parte del edificio ha sufrido numerosas reconstrucciones hasta llegar a una decoración propia del siglo XVI.
Hoy lo dejamos aquí, otro día seguimos.