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lunes, 31 de mayo de 2021

Palacio de Ambras I – El edificio

Cuando llegamos la tarde anterior, faltaba apenas media hora para el cierre, cosa que nos advirtieron muy oportunamente, porque en este castillo hay mucho, pero mucho que ver. De modo que lo dejamos para el último día.




Fuimos los primeros en entrar, una suerte para los que nos gusta hacer fotos sin gente, aunque como estábamos en mitad del verano de la pandemia apenas éramos un puñado de turistas.





De esta forma, nos dimos de bruces con esta inmensa sala, llamada española, y que tiene 45 metros de largo.




Fue construida entre 1569 y 1572, y alberga 27 retratos de soberanos del Tirol, pintados por Giovanni Battista Fontana, que están acompañados por escenas mitológicas y alegóricas.





Las puertas, muy decoradas, se las debemos a Conrad Gottfried, quien también se encargó del techo.  Por desgracia, la sala fue gravemente dañada por la humedad, por lo que hubo de ser restaurada en 1878-1880.





El patio del castillo superior fue decorado en grisalla entre 1564 y 1567 y se encuentra entre los frescos mejor conservados del siglo XVI. Encontramos representaciones de musas, virtudes, héroes y heroínas, pero la misión principal era unificar las irregularidades arquitectónicas debidas al desnivel del terreno.






En casi soledad, vamos atravesando estancias en las que abundan los frescos y la madera, pero que nos sorprenden por la cantidad de baños que vamos encontrando. Son diferentes, pero usan la técnica de calentar el agua con piedras puestas al fuego.







También abundan las estufas, siempre presentes en este tipo de edificios.





La capilla de san Nicolás, orientada al este, fue consagrada en 1330 y es de planta cuadrada. Aunque los muros exteriores de la nave y los cimientos son de la época medieval esta parte del edificio ha sufrido numerosas reconstrucciones hasta llegar a una decoración propia del siglo XVI.









Hoy lo dejamos aquí, otro día seguimos.

viernes, 14 de julio de 2017

Museo Rolls Royce en Austria

Tengo un amigo que, entre otras cosas, es un fanático de los coches, de forma que cuando nos enteramos de que había un museo de Rolls Royce en Austria, muy cerca de la frontera suiza, no tuvimos que pensárnoslo demasiado para organizar una excursión.
Era finales de abril y unos días antes habíamos tenido una nevada de las grandes, de forma que el paisaje estaba precioso, con los montes nevados mientras en el cielo lucía un sol espléndido. Otra amiga se ofreció a hacernos de chófer y los tres nos embarcamos en un día memorable.
El Museo Franz Vonier se autodenomina como la mayor colección de Rolls Royce del mundo, aunque en realidad lo consideran todo, piezas y motos, por ejemplo, además de los coches, por lo que en realidad no es tan grande.
Está en la ciudad de Dornbirn, en una antigua fábrica textil.


Franz Vonier era el hijo de un granjero que organizaba cacerías para personas acaudaladas, que llegaban con sus coches caros y rápidos. Después de viajar por varios lugares en Europa, decidió establecerse en 1969 junto a su esposa Hilda y abrir un taller en el que reparar y restaurar piezas, que le permitió convertirse en todo un experto en este tipo de automóviles. De esta forma, fue rescatando los que quedaban inutilizados o eran abandonados.



En la planta baja encontramos varios coches expuestos y el taller donde se restauran.




La primera planta acoge aún más vehículos, con algo más de luz, pero los coches siguen estando demasiado apelotonados y no se dejan ver muy bien. La información es escasa, en ocasiones inexistente y sólo uno de los empleados chapurrea algo, muy poco, de inglés.



La segunda y última planta está acondicionada para organizar eventos. Encontramos aquí algunas vitrinas con diversas piezas y una tienda, pero se echa de menos un buen libro que cuente la historia del lugar y la de los propios coches.
Muy cerca del museo está la Rappenlochschucht, un destino muy popular para caminar por una preciosa garganta. Al terminar la visita al museo, nos acercamos a este pequeño restaurante para disfrutar del sol en su terraza. Almorzamos un Wiennerschnitzel con una buena cerveza y, para hacer la digestión, nos dimos una vuelta por la garganta, donde había humedad y hacía frío.







Apenas había gente a esa hora del día.





Ya de regreso, nos dimos una vuelta por el centro de Dornbirn.



Así como un paseo por la calle principal de Vaduz, en Liechtenstein.


Es lo bueno de estar en el centro de Europa, que siempre tienes algún plan al que echar mano.