sábado, 26 de abril de 2014

Zug

Ahora con el buen tiempo camino todas las mañanas a la oficina. No tengo horario fijo, pero suelo cruzarme con la misma gente; con los chicos que van al colegio, con las ciclistas que bajan desde la colina –son todas mujeres– o con una anciana que camina arrastrada más bien por un bolso que se me antoja pesado. La ves venir desde lejos y por la forma de mirarte sabes que te dará los buenos días. En cambio, la chica que pasea a su perro todas las mañanas pasa de largo sin decir nada.


Baar y Zug han cambiado mucho desde mi primera visita, en diciembre de 1997. Entonces, cuando no sabía que terminaría viviendo aquí, me parecieron un par de pueblos pequeños y sin ningún atractivo. Hoy, con las más de seiscientas multinacionales aquí establecidas (12.000 empresas en total), con todos los expatriados y el horizonte plagado de grúas y edificios en construcción, el paisaje ha cambiado mucho y la forma de vida de la gente también.



Pero las personas mayores, que temen a los extranjeros igual o más que los jóvenes, aún te saludan con un grüezi (hola formal en suizo-alemán) supongo que porque recuerdan que éste era un pueblo minúsculo en el que no hace mucho todos se conocían. No en vano, a pesar de sus veinticinco mil habitantes no deja de oler a abono.


Los bajos impuestos atrajeron multinacionales y extranjeros, alterando la tranquila vida de los autóctonos. Los precios han subido, pero hay más trabajo y mejores oportunidades. Retamos sus costumbres, pero en cierto modo viven de nosotros, aprueban leyes que restringen la inmigración sin darse cuenta de que es como poner puertas al campo, a ese mismo campo que el verano pasado estaba plantado de maíz.




En general les cuesta relacionarse, pero hay un poco de todo; personas que te contestan mal porque no hablan otra cosa que su incomprensible idioma y otros capaces de revolucionar medio supermercado en busca de alguien que sepa inglés porque no encuentras ajos y se te ha olvidado cómo se dice en alemán. Cuatro dependientes me ayudaron a buscarlos hasta que una cliente hizo de traductora.


Knoblauch, ya no se me olvida.

jueves, 17 de abril de 2014

Madrid - Exposición de Cézanne

Fin de semana soleado en Madrid, con 25 grados, como no se veía en mucho tiempo. Esta vez tuve suerte. Después de meses con las calles asquerosas parece que hay algo de presupuesto para limpieza. Con un cielo así de azul hace falta mucha fuerza de voluntad para volver a Suiza.





Aproveché para saldar una cuenta pendiente con el Thyssen y vi la exposición de Cézanne, que sin ser de las mejores no estuvo mal. Las fotos de los cuadros las obtuve de Internet.



No es un pintor que me emocione especialmente. Prueba de ello es que el cuadro que más me gustó fue un Pissarro. Sí, de vez en cuando te ponían obras de otros pintores para ver si estabas atento.

Hay varios cuadros de bañistas


Muchos bodegones


y otros de su querida Provenza, una tierra que me gustaría visitar algún día.