miércoles, 20 de febrero de 2013

Astorga, Castrillo, La Bañeza

Lo de comer el cocido maragato se ha convertido ya en una tradición anual a la que procuro no faltar. Igual que otros se hacen análisis o pruebas físicas, para nosotros es una forma de averiguar si aún estamos en forma, y parece que hemos vuelto a sobrevivir.

Este cocido se sirve en tres vuelcos y tiene la particularidad de comerse al revés, es decir, se empieza por la carne, se continúa por los garbanzos y se termina con la sopa. No está claro el por qué se hace así, pero parece ser que el objetivo era evitar que la carne se enfriase.

Castrillo de los Polvazares es un pueblo de apenas dos calles conocido por sus buenos restaurantes. Nuestro favorito es Casa Juan Andrés aunque el más conocido es el de Maruja.




Hasta ahora siempre nos habíamos quedado a dormir en León, pero este año decidimos cambiar y quedarnos en Astorga, en un lugar estupendo que se llama Casa Tepa. Es una posada real de finales del siglo XVIII y se supone que Napoleón, que había acudido para apoyar a las tropas que asediaban Astorga, durmió en la misma habitación ocupada por mí.






La noche del sábado estuvo divertida, ya que se celebraba el carnaval y absolutamente todo el mundo iba disfrazado. Astorga se llenó de gentes de los pueblos vecinos y había marcha por doquier.

El domingo llegó la segunda parte de este tour gastronómico y nos acercamos a La Bañeza para dar cuenta de un “pequeño” chuletón de buey. El restaurante está en una cueva, que es como llaman allí a las bodegas, pero nos decepcionó. Se come mejor carne en Madrid por el mismo precio, y no digamos en el País Vasco.





Ahora sólo queda organizar el cocido del año próximo.

viernes, 8 de febrero de 2013

Más viajes (de trabajo)

El comienzo del año siempre es movido en cuanto a viajes de trabajo se refiere, y el 2013 no es una excepción. Al menos no he tenido que sacrificar un fin de semana de enero como suele ser lo habitual, algo es algo.
 
Es curioso, pero pasaron 27 años entre mi primer y mi segundo viaje a Münich mientras que la tercera visita sólo se demoró diez meses. Claro que esta vez no he paseado por sus calles ni he disfrutado sus cervecerías. Sólo ha caído una pequeña cerveza de un litro en la célebre Hofbräuhaus.
Lo que sí hicimos una tarde fue acercarnos por la academia de conducción de BMW, que se encuentra en un antiguo aeropuerto, para asistir a un curso de cuatro horas. Éramos once, así que después de un poco de teoría nos distribuimos por parejas en media docena de coches de la serie 3 y salimos a quemar neumáticos.

El curso en sí no vale gran cosa, pero nos reímos un montón sorteando conos, haciendo apuradas de frenada y dando vueltas al circuito. Los trompos los dejamos para el final, cuando ya había anochecido.
Da gusto conducir coches tan potentes sin miedo a que te pongan una multa.
 

 
Lástima que algunos tuvieran que tomar un vuelo para Corea; de haber tenido más tiempo habríamos hecho la reunión en Sttutgart y habríamos pilotado un Porshe. Quizás el año que viene podamos hacerlo.