Nos terminamos la cerveza con la que dejamos la entrada anterior y seguimos nuestro paseo por el jardín botánico de la isla alemana de Mainau.
Nos topamos entonces con más ejemplares que merecen la pena, árboles de gran porte como esta Sequoiadendron giganteum, procedente de California y plantada en 1880.
Un Liriodendron tulipifera, también norteamericano y plantado en 1870.
Y un Cryptomeria japónica, originario de China y Japón, que lleva aquí desde 1968.
Esta es una Sequoia sempervivens que fue plantada en 1967, por lo que es solo un par de años más vieja que yo. Es una especie que se encuentra en abundancia en la costa de Oregón y en California, y que puede llegar a los 130 metros de altura.
Y algunos otros ejemplares de la misma especie, que formaban un bosque en miniatura.
Hicimos bien en descansar, porque antes o después vamos a llegar al palacio barroco de la Orden Teutónica que hay al otro extremo de la isla. Diseñado por Johann Caspar Bagnato, fue construido entre 1739 y 1746, sus alas se abren al interior de la isla, mientras que la fachada de atrás queda mirando al lago.
El corazón del palacio es el llamado “White Hall”, pero por desgracia, solo es accesible cuando hay conciertos u otros eventos especiales. Donde sí podemos entrar es en la iglesia.
No muy lejos, encontramos la terraza mediterránea y un invernadero para plantas tropicales donde hay una quincena de especies de palmeras.
No podemos olvidarnos de la cascada de estilo italiano que conecta la terraza mediterránea con la orilla del lago. El granito fue traído del Ticino suizo y está flanqueada por cipreses (Cupressus sempervirens).
Antes, o en mi caso después, pasaremos junto a una de las 16 torres suecas que había en el jardín. Esta es del siglo XVI y fue restaurada en 1998. El espacio interior es tan estrecho que por cuestiones de seguridad no lo tienen abierto al público. Pero es el inicio de un tour vinícola por las vides que hay plantadas cerca. Eso sí, no tienen permiso para hacer vino, lo que es una lástima.
Como podéis ver, atracciones no faltan en Mainau.
Finalizado el recorrido, y para no volver en el mismo autobús que me había llevado, decidí tomar un barco que, con alguna que otra escala, me devolvió a Constanza después de una estupenda navegación por esta parte del lago.
Y es que días soleados como este hay que aprovecharlos, ¿no os parece?