Ha
pasado ya algún tiempo desde que os describiera nuestra excursión a Bellinzona
en julio del año pasado. Lo hice en estas dos entradas, I y II. Ahora ha llegado el momento de que demos una vuelta
por el tercer castillo, el de Castel Grande y por alguna de las iglesias de la
ciudad.
En el centro hay un montículo sobre el que alza el castillo de Castel
Grande. De hecho, hasta el siglo XIII, todas las fortificaciones se habían
construido únicamente aquí, por ser el lugar de más fácil defensa. Aunque la
colina en sí es bastante plana, su lado norte es muy escarpado, imposibilitando
cualquier ataque por esa zona.
El castillo ha recibido varios nombres a lo largo del
tiempo: el Castillo Antiguo, el Castillo de Uri (uno de los tres cantones
fundacionales de Suiza) o el Castillo de San Miguel.
Como sucedió con los otros monumentos de la ciudad, tuvo sus momentos de
esplendor, pero también se vio abocado al abandono y el descuido, hasta que las
sucesivas reconstrucciones le fueron dando su aspecto actual.
La mayoría de los edificios de la fortaleza original
fueron demolidos por los duques de Milán en el siglo XV, con el fin de disponer
de más espacio en el que acuartelar las tropas necesarias para defender el
acceso a través del valle.
Hoy en
día se puede acceder al recinto desde el sur, subiendo por unos escalones, o a
través de un ascensor excavado en la roca que nos lleva directamente a la
explanada principal.
Las
dos torres destacan sobre el resto de edificios. La Torre Negra se remonta a
principios del siglo XIV, y la encontramos más o menos hacia la mitad del
recinto. La otra, la Torre Blanca, es más antigua y menos pesada. Seguramente
fue construida en el XIII, siendo sometida a modificaciones a finales del XV.
Excavaciones
arqueológicas han revelado restos de asentamientos prehistóricos, así como
ruinas romanas y un pozo medieval. En cualquier caso, es poco lo que queda.
También encontramos los restos de una capilla dedicada a san Miguel, que se
encontraba entre las dos torres. En uno de los edificios que todavía se
conservan, encontramos un museo arqueológico, en otro, un restaurante.
En el siglo XIII la ciudad estaba rodeada de una muralla medieval que hoy,
sin embargo, se confunde con los muros de las fortificaciones, que fueron
construidos más tarde. Es complicado ver dónde empiezan y terminan unos y
otras. De las primeras aún podemos encontrar un 60% en pie, si bien con
modificaciones relativamente recientes. Por desgracia, tres puertas de la
ciudad fueron demolidas en el siglo XIX, quedando solo una cuarta en el extremo
oeste de la muralla sur.
Además de estas murallas encontramos la llamada “murata”, cuya función era bloquear la entrada al valle con el fin de evitar las
incursiones enemigas. Se piensa que fue construida en tiempos de los Visconti
(1422).
Habiendo
visto los tres castillos, caminamos por el centro de la ciudad, pasando junto a
la Chiesa di San Biagio. Los frescos de la fachada son bonitos, pero estaba
cerrada, así que no nos detuvimos demasiado. Un obelisco de 1903 conmemora los
cien años de la adhesión del cantón de Ticino a la Confederación Helvética.
Porque
nuestro verdadero objetivo era la Iglesia de Santa Maria delle Grazie. Su
arquitectura es sencilla, pero los frescos del interior no tienen desperdicio.
La iglesia, al igual que al adjunto monasterio franciscano, data de finales del
siglo XV.
Los
frescos y estucos del interior son de los siglos XVI-XVIII. El principal es
renacentista, de la escuela lombarda.
Aún
tuvimos tiempo de echar un vistazo al claustro del monasterio.
En
principio, esta entrada es la última que dedico a Bellinzona, un enclave de una
importancia estratégica excepcional, tanto desde un punto de vista militar como
comercial. Era y es, la llave a uno de los pocos pasos alpinos. Su larga
historia, en la que se alternan los periodos de paz con las luchas más
enconadas, dan fe de esa importancia. En la actualidad nos queda un conjunto
extraordinario de edificios que podemos admirar a pesar de que algunas
reconstrucciones no hayan sido del todo fieles al original. Es complicado
cuando se superponen tantos asentamientos a lo largo de periodos tan extensos.