jueves, 14 de diciembre de 2017

Feliz Navidad

Los buenos deseos, no por reiterados son redundantes; al menos yo lo veo así. Una vez más os quiero dar las gracias a todos por haberme acompañado en este 2017.


Desearos también una muy feliz Navidad; que empecemos el 2018 con salud y energía, con nuevos sueños por cumplir y personas queridas a nuestro lado para seguir disfrutando plenamente de la vida.

miércoles, 29 de noviembre de 2017

De vuelta - Australia I

Siempre quise ir a Australia, pero nunca supe exactamente por qué. Supongo que me atraía el hecho de que estuviese tan lejos o de que fuera tan diferente. El caso es que no encontraba el momento; está muy lejos, es un país enorme y hay otros lugares más accesibles. Además, es un pastel tan grande y apetitoso que tarda uno en decidir dónde morder primero. No obstante, a la vuelta de Vietnam, hace ya un año, decidimos que no esperaríamos más y que esta iba a ser la buena.

Cuando lo comentas, mucha gente te pregunta si vas a ir a Sidney, y cuando respondes que no entra en tus planes, entonces te ponen caras raras y piensan que estás loco o que no sabes lo que haces. Ellos no están al tanto de que tengo los ojos puestos en esta isla desde que puedo recordar, y de que por mucho que me interese la ciudad más famosa del país, hay muchas otras cosas dignas de verse.

Australia es tan grande como Europa. ¿Por qué es obligatorio ir a Paris o a Londres en una primera visita? ¿Por qué no se puede empezar por otro lado? ¿Acaso el resto no merece la pena? ¿Por qué tenemos que hacernos todos obligatoriamente las mismas fotos?

No, no fuimos a Sidney porque preferimos ver Ayers Rock, también conocida como Uluru, un inmenso monolito que destaca en la extensa planicie central como un iceberg en el mar. El sol pegaba fuerte durante el día, pero al anochecer llegaban tormentas que, sin superar la media hora, llenaban el cielo de relámpagos.



Caminamos sin tregua por Kata Tjuta, de mirador en mirador, por senderos vacíos de turistas, pero llenos de encanto. Pisábamos el fondo de un antiguo mar interior, formado hace millones de años, cuando el paisaje era radicalmente distinto. ¿Veis las dos personas en la segunda foto? Eso os dará una idea de las dimensiones de estas montañas de arenisca.



Sobrevolamos ambos monumentos naturales en una avioneta, pero no había demasiada luz, y las nubes de una tormenta cercana nos hurtaron el sol por tercer día consecutivo. A cambio, como pidiendo perdón, nos dejaron cielos como éste.



Vimos amanecer desde un autobús, camino de Kings Canyon, donde paseamos por uno de esos arroyos que hoy arrasan con todo a su paso y mañana han desaparecido tragados por el desierto como si nunca hubiesen existido. Desayunamos en una estancia que se encuentra literalmente en medio de la nada.


Alquilamos un coche y nos hicimos 1.500 kilómetros por la costa sur del país, recorriendo la Great Ocean Road durante una semana. No es una gran distancia, pero es que parábamos de continuo, porque nos gusta viajar despacio y porque había mucho que ver.


Aunque la gran atracción son los Doce Apóstoles, hay que dedicar tiempo a la fauna local. Canguros, koalas, emus y hasta escincos. Los wallabies no quisieron salir en la foto, y de los ornitorrincos ya hablaremos. Había aves por todas partes. En ningún otro país he escuchado piar tanto a los pájaros.







Visitamos infinidad de cascadas, con más y con menos agua, pero todas con escalones que subir. A pesar de haber escogido las rutas más fáciles, caminamos como nunca antes lo habíamos hecho.



Nos internamos por bosques lluviosos en los que los helechos nos doblaban en altura y los eucaliptos parecían no tener fin; los hay que alcanzan los cien metros de altura y los bosques eran densos.




Recorrimos pasarelas a la altura de las copas de los árboles.


Admiramos formaciones de piedra que no durarán para siempre. London Bridge, sin ir más lejos, colapsó en 1990, aislando a un par de turistas que tuvieron que ser rescatados en helicóptero. Otras sucumbirán a la misma erosión que las creó.






Caminamos por bahías sin fin, junto a playas inmensas de aguas turquesas.


Disfrutamos de varias puestas de sol.


Vimos faros cargados de historia, nos adentramos por pistas forestales y descubrimos un bosque de sequoias californianas que nos hizo recordar el viaje de hace dos años. Vimos un bosque fósil que no es lo que parece; ya os contaré por qué en otra ocasión.






Dedicamos el primero y el ultimo día del viaje a ver una Melbourne en la que todo el mundo se había echado a la calle para disfrutar del buen tiempo. La mezcla de estilos constructivos es digna de un manicomio, pero según vas conociendo sus rincones, descubres una vitalidad insospechada, llena de jardines, bares y restaurantes, con una población joven muy activa. Su comunidad asiática nos brindó manjares con los que acompañar las abundantes cervezas que probamos.



Los australianos fueron muy amables, ofreciendo ayuda antes de que la solicitáramos y chapurreando incluso el español. El tiempo fue bueno por mucho que nos faltara un atardecer soleado en Uluru. Nos sobraron moscas y echamos en falta más canguros, pero, sobre todo, nos faltó tiempo, mucho más tiempo.

Tendré que volver, y lo peor de todo será explicar que quizás deje Sidney para una tercera ocasión. No lo van a entender, pero insisto: ¿Por qué hemos de hacer todos el mismo viaje?