La mayoría
de mis amigos me habían abandonado ese domingo de principios de marzo. Algunos
se habían ido a esquiar, otros andaban por Madrid, pero casi prefiero hacer las
excursiones solo, yendo a mi propio ritmo, sin tener que adaptarme a nadie.
Tiré de
archivo y encontré una ruta alrededor del lago de Sarnen, que está a poco más
de una hora en tren desde Zug.
En
realidad, después de tantos viajes de trabajo, me apetecía más el plan de sofá,
mantita y películas, pero me obligué a salir para aprovechar el buen tiempo y
para hacer algo de ejercicio.
Sarnen es
una pequeña población, situada, como tantas otras, al borde de un lago y con
vistas a las montañas.
Había
mirado Google Maps antes de salir de casa, a fin de evitar una zona de acampada
que me haría dar un rodeo innecesario. Ni que decir tiene que, entretenido con
las fotos, terminé justo donde no quería, y tuve que dar marcha atrás.
Las
vistas del lago son bonitas, aunque las imagino mejores desde el otro lado, ya
que tengo las montañas a mi izquierda. Lo que pasa es que ir por la otra orilla
implicaría tener el sol enfrente.
Sigo pues
por la parte este del lago mientras el sol juega a esconderse tras las nubes.
Se supone
que se puede dar la vuelta al lago en cinco horas, pero después de dos estoy
cansado de andar. Me fijo en la orilla que tengo enfrente y no parece que haya
estación de tren, así que dependeré de que haya autobuses. Parece que si voy
hasta allí no tendré otra alternativa que terminar el círculo.
Compruebo
los horarios de la estación de tren por la que acabo de pasar hace un rato. Hay
uno dentro de media hora y Google Maps estima que tardaré veinticinco minutos
en llegar. ¡Qué suerte!
Como ha
cambiado la vida. Quién nos iba a decir hace unas pocas décadas que tendríamos
acceso en tiempo real a tanta información.