martes, 22 de agosto de 2017

Un domingo cualquiera en Basilea

El día anterior había hecho una excursión corta pero dura, con una subida al final que me mató, pero ese primer domingo de septiembre no tenía intenciones de pasármelo en el sofá, así que me encaminé hacia la estación, con destino Basilea, la única ciudad suiza medianamente grande que me quedaba por conocer.

El día estaba muy nublado, pero la temperatura era buena y no había previsiones de lluvia hasta ya entrada la tarde.

Comencé la visita por la Fundación Bayeler, donde había dos exposiciones.  La de Peter Fischli & David Weiss terminaba justo ese día y, aunque reconozco el mérito de ambos artistas para conseguir esos equilibrios imposibles, no me llenó demasiado.

La otra, con cuadros de Kandinsky, Franz Marc y August Macke entre otros, me gustó más, pero ninguna de las dos justificaba el precio de la entrada, unos 23 euros. Si, Suiza es muy cara; el catálogo también se quedó allí por una cuestión de precio.

Mejor me fue por la parte vieja de la ciudad.



Un tranvía me llevó a la Markplatz, justo enfrente del ayuntamiento, que luce de esta forma tan llamativa. Cuando Basilea se unió a la Confederación Suiza en 1501, la ciudad quiso celebrarlo con un gesto, por lo que el Parlamento Cantonal decidió sustituir, sin reparar en gastos, el antiguo ayuntamiento por este otro edificio, más grandioso y colorido.





Todo el mundo estaba en las avenidas principales, de forma que el resto de la ciudad parecía más un pueblo que otra cosa. Calles vacías y limpias, fachadas interesantes y alguna que otra cuesta para castigar mis agujetas del día anterior.







Me acerqué hasta la puerta Spalentor y a la vuelta me di de bruces con unos de esos patios cubiertos donde sirven cervezas. El lugar perfecto para sentarse tranquilamente, con un libro y con una buena Feldschlösschen ámbar.




Como en la Fórmula 1, de vez en cuando echaba un vistazo al radar de lluvia, ya que no quería irme sin echar un vistazo a la catedral, pero tampoco quería mojarme, y las nubes se acercaban peligrosamente. Calculé que me daba tiempo a echar un vistazo rápido.




Fue construida en estilo tardo-románico, pero un terremoto la destruyó en 1356, siendo reconstruida ya durante el gótico. La piedra, arenisca, procede de los Vosgos.




Ya no es católica, sino evangélica. El claustro es principalmente gótico, aunque conserva algunos elementos románicos.



No muy lejos de ella podemos disfrutar de estas vistas del Rin.



Me quedaron muchas cosas por ver para una próxima visita, y es que no fui en plan turista con una agenda apretada, sino a pasar un domingo tranquilo, como un suizo más. Espero volver pronto.

martes, 8 de agosto de 2017

Lugano

Casi once años desde mi primera visita a Lugano, aprovechamos la pasada Semana Santa para acercarnos a pasar el día en esta bella ciudad del sur de Suiza. En Zug auguraban lluvia, mientras que allí pronosticaban un tiempo espléndido. Además, por si quedaban dudas, ahora, con el nuevo túnel se tarda menos de dos horas en llegar.
La estación está en un alto desde el que podemos ver buena parte de la ciudad y del lago, así como el conocido monte Bré.


Decidimos bajar caminando, y ver la catedral de San Lorenzo, aunque solo por fuera, ya que está en restauración. Un cartel avisa de que abrirán en algún momento del 2017, sin especificar cuándo. Se nota que hemos abandonado la estricta y precisa zona alemana para entrar en la italiana…




Seguimos bajando y llegamos a la Piazza Riforma, donde encontramos la oficina de información y turismo.




Nos recomiendan acercarnos a la iglesia Santa Maria degli Angioli, cosa que hacemos bordeando el lago. Su fachada es bastante simple, pero en el interior podemos admirar un enorme fresco que representa la Pasión y la Crucifixión de Cristo, con un total de 150 personajes. Su autor, un artista italiano llamado Bernardino Luini (1480 – 1532) fue discípulo de Leonardo.


No dejaban hacer fotos, lo que me fastidia, aunque lo acepto, pero es que tampoco tenían información, ni en inglés ni en español. Esto, unido al fiasco de la catedral empezó a molestarme. Debe ser que estoy acostumbrado a la eficacia germana y he perdido mis raíces mediterráneas.
En la Red he encontrado esta página en la que hay buenas imágenes.
Regresamos entonces hacia el centro caminando por el paseo que hay junto al lago. Había mucha gente, pero como es amplio, y sobre todo, largo, se puede andar sin encontrar demasiados obstáculos, y el día invitaba a ello.






Estuvimos considerando tomar uno de los barcos que recorren el lago, pero era un poco tarde y al final nos inclinamos por visitar el Parco Civico, que estaba plagado de flores. Allí me entretuve un buen rato tirando fotos como un poseso.






El parque es precioso, las flores estaban en su mejor momento y solo me sobraba algo de gente, en especial los que no respetan los carteles que piden que no se pise el césped.





Los tulipanes, tomados a contraluz, destacaban sobre el cielo azul.




Seguimos el recorrido hasta llegar hasta una improvisada playa.



Desde allí caminamos hasta la falda del monte Bré para tomar el funicular. Van llegando nubes, pero no nos resistimos a dejar pasar la oportunidad de ver la ciudad y el lago desde lo alto. Las vistas son magníficas.




Lo malo fue a la vuelta, ya que el funicular solo funciona dos veces por hora, algo inconcebible considerando la cantidad de turistas que esperábamos para usarlo. Después de una larga espera que se me hizo eterna, logramos bajar y un autobús nos llevó hasta la estación.

El monte Bré se une entonces a esa lista que guardo de sitios en los que ya estuve y a los que, a Dios gracias, no tengo que volver. Me gustaría conocer más de la parte italiana de Suiza, pero experiencias como la de Lugano la verdad es que desaniman un poco. En fin, vamos a quedarnos con lo bueno, que también hubo mucho, y olvidar lo malo. El día fue espectacular y no quiero que os quedéis únicamente con unas críticas que hago de forma constructiva.