Cuando después de veintiséis años
regresé a Múnich en la Semana Santa de 2012 no imaginé que repetiría en 2013 y
en 2014. Si hace tres años estuve solo y aproveché para ver los museos, en 2013
fui por trabajo y ahora (en agosto pasado) nos hemos limitado a pasear por sus
calles, volver a Dachau y ver de nuevo el estadio olímpico. Lo único que he
repetido en todas estas últimas visitas han sido las imprescindibles
cervecerías.
Buscamos
un hotel que no estuviese lejos del centro, por los alrededores de la
Karlplatz, que nos recibió con su famosa puerta.
Atravesarla
es adentrarse en una calle peatonal flanqueada por tiendas, iglesias y
cervecerías. A esa hora del sábado, bullía de animación y el sol, que no era
fuerte, invitaba a sentarse en alguna de las terrazas.
Enseguida
llegamos a Marienplatz, donde está el ayuntamiento, un edificio precioso
plagado de esculturas.
Merece la pena fijarse en los
detalles de la fachada.
Un poco más adelante está el
ayuntamiento antiguo.
Mi piloto
automático me lleva hasta la Hofbrauhaus, una de las cervecerías más famosas de
la ciudad. Está en una placita junto a algunas otras, pero ésta es la más
famosa.
La
cerveza es muy buena y la sirven en jarras de medio o de un litro. Siempre está
a rebosar de gente y los camareros son bastante bordes. De hecho, volví porque
iba con unos amigos que no la conocían, y porque su codillo es espectacular,
pero hay que armarse de paciencia para encontrar mesa.
Aprovechamos
la tarde del sábado para acercarnos al rio Isar.
Llegamos hasta el Ángel de la Paz,
una escultura de bronce recubierta de pan de oro que se encuentra sobre una
columna corintia de 38 metros de altura y que representa a Niké, la diosa
griega de la victoria.
Conmemora
los 25 años de paz tras la Guerra Franco-Prusiana (1870-1871) y fue inaugurada
a finales del siglo XIX.
Volviendo
al centro, entramos en el Jardín Inglés, donde nos encontramos con unos surfistas
y con gente disfrutando del suave sol de la tarde. La última vez que estuve
aquí, hace dos años, llovía casi sin parar.
Y claro,
es imposible dar dos pasos por esta ciudad sin toparse con una cervecería, ya
que acechan en los lugares más inesperados.
Nos
quedamos descansando hasta la próxima entrada, eso sí, disfrutando de una jarra
de HB.