Llevaba la intención de volver
por Richmond, el parque donde vimos los ciervos el año pasado; pensé en visitar
alguno nuevo de los que no están por el centro, volver quizá a Kew Gardens.
Pero
mi empresa tenía otros planes y tuve que conformarme con un breve paseo por el
socorrido Hyde Park, que siempre está bonito en esta época del año. Era sábado,
amenazaba lluvia y todo estaba más tranquilo de lo habitual.
Aproveché que tenía libre el domingo por la mañana
para acercarme por la Torre de Londres. Fijaos en qué mañana nos hizo, aunque
luego volvieron las nubes y las reuniones. Fue una mañana bien fresquita.
El Puente de la Torre es uno de los iconos de esta
ciudad. Se comenzó a construir a finales del siglo XIX y tiene casi 250 metros
de largo por 65 de alto. Se emplearon más de 11.000 toneladas de acero.
En los días siguientes disfruté de pocos huecos en los
que poder escaparme, pero no faltó una visita a la Wallace Collection, una de
las muchas colecciones particulares que podemos encontrar en Londres.
Es el lugar ideal para disfrutar
del arte sin que haya hordas de turistas haciéndose fotos; un rincón silencioso
con una cafetería en la que descansar y tomar un sandwich después de haber
pateado la ciudad.
La colección, compuesta por casi 5.500 piezas, fue
adquirida entre los siglos XV y XIX y se exhibe en 25 salas que rebosan de muebles,
pinturas, porcelanas, armas, etc. Hay dos Tizianos, cuatro Rembrandts, nueve
Murillos, cuatro Van Dycks, ventidós Canalettos, la lista es interminable.
Es mi decimoséptimo octubre en
Londres y esta ciudad sigue sorprendiéndome. Aunque se trate de visitas
repetidas como las de esta ocasión siempre gusta volver. Cada vez que pienso
que alguien me dijo que la había visto en un fin de semana me da la risa.