Entrada más larga de lo habitual porque no voy a publicar
en unas semanas; por fin marcho de vacaciones.
Hace siete años largos, en
un viaje por el norte de Italia, nos escapamos al Valle de Aosta y llegamos
hasta la Aiguile de Midi para ver el Mont Blanc. Nos faltó entonces bajar hasta
Chamonix. Pues bien, en esta ocasión he vuelto, pero desde el norte.
Como se puede apreciar en
las fotos, tuvimos una suerte inmensa con el tiempo, y disfrutamos de un cielo
azul completamente despejado.
Chamonix
me sorprendió muy gratamente. Es una población con carácter y a pesar de que
estábamos en septiembre, se respiraba ya cierto aire otoñal. Seguro que en
invierno tiene mucho encanto, pero ese día nos recibió con los balcones
cargados de flores.
Llegamos
a media mañana, después de conducir tres horas y media desde Zug. Almorzamos
rápido e iniciamos la ascensión en un par de teleféricos que ganan altura de
forma casi vertical. Chamonix quedó atrás en un abrir y cerrar de ojos.
El aire
era fresco, el sol suave, la temperatura ideal. Las montañas cubren todo el
horizonte y el paisaje es espectacular. Mucha gente, bien preparada, hace
escalada o camina entre los glaciares.
Desde aquí apenas son
puntos en mitad de la nieve.
El precipicio da auténtico
vértigo; el glaciar se precipita al vacío.
Mientras
unos se esfuerzan, otros fotografiamos un Mont Blanc limpio de nubes. El resto
de montañas también quedan retratadas.
En mi
anterior visita este mirador transparente no existía. Hay que hacer una cola
demasiado larga, pero la experiencia de verte sobre el vacío merece la pena. Te
dan unos cubrezapatos para no estropearlo y te sientes como el gato con botas.
En las fotos se puede apreciar lo alto que está.
La
estructura es una obra maestra de ingeniería. En otra ocasión os hablaré de
ella, aunque os anticipo algunas fotos.
Mientras esperábamos a
entrar en el mirador cayeron más fotos.
El pico
más pequeño y alejado de los dos es el famoso Monte Cervino, Matterhorn, para
los suizos de la parte alemana, con sus imponentes 4.478 metros.
Cuando
descendemos, el sol está a punto de ocultarse. Nos tomamos una cerveza, en mi
caso una riquísima Pelforth, que sólo encuentro en Francia, ducha y a cenar.
Como os
decía al principio, me voy de vacaciones unos días ☺. Nos vemos a la vuelta.