miércoles, 29 de octubre de 2014

Chamonix

Entrada más larga de lo habitual porque no voy a publicar en unas semanas; por fin marcho de vacaciones.


Hace siete años largos, en un viaje por el norte de Italia, nos escapamos al Valle de Aosta y llegamos hasta la Aiguile de Midi para ver el Mont Blanc. Nos faltó entonces bajar hasta Chamonix. Pues bien, en esta ocasión he vuelto, pero desde el norte.

Como se puede apreciar en las fotos, tuvimos una suerte inmensa con el tiempo, y disfrutamos de un cielo azul completamente despejado.

Chamonix me sorprendió muy gratamente. Es una población con carácter y a pesar de que estábamos en septiembre, se respiraba ya cierto aire otoñal. Seguro que en invierno tiene mucho encanto, pero ese día nos recibió con los balcones cargados de flores.


Llegamos a media mañana, después de conducir tres horas y media desde Zug. Almorzamos rápido e iniciamos la ascensión en un par de teleféricos que ganan altura de forma casi vertical. Chamonix quedó atrás en un abrir y cerrar de ojos.



El aire era fresco, el sol suave, la temperatura ideal. Las montañas cubren todo el horizonte y el paisaje es espectacular. Mucha gente, bien preparada, hace escalada o camina entre los glaciares.






Desde aquí apenas son puntos en mitad de la nieve.



El precipicio da auténtico vértigo; el glaciar se precipita al vacío.



Mientras unos se esfuerzan, otros fotografiamos un Mont Blanc limpio de nubes. El resto de montañas también quedan retratadas.







En mi anterior visita este mirador transparente no existía. Hay que hacer una cola demasiado larga, pero la experiencia de verte sobre el vacío merece la pena. Te dan unos cubrezapatos para no estropearlo y te sientes como el gato con botas. En las fotos se puede apreciar lo alto que está.




La estructura es una obra maestra de ingeniería. En otra ocasión os hablaré de ella, aunque os anticipo algunas fotos.




Mientras esperábamos a entrar en el mirador cayeron más fotos.









El pico más pequeño y alejado de los dos es el famoso Monte Cervino, Matterhorn, para los suizos de la parte alemana, con sus imponentes 4.478 metros.





Cuando descendemos, el sol está a punto de ocultarse. Nos tomamos una cerveza, en mi caso una riquísima Pelforth, que sólo encuentro en Francia, ducha y a cenar.



Como os decía al principio, me voy de vacaciones unos días ☺. Nos vemos a la vuelta.