Ya han pasado varios días desde que
Raquel Sanz pronunciara las palabras que titulan esta entrada, pero el debate
sigue más vivo que nunca. Doy por hecho de que estáis al tanto del
fallecimiento del torero Víctor Barrio y de las palabras que varios
impresentables han escupido a través de las redes sociales.
Unas redes que, como tantos y tantos
cambios que se han sucedido a lo largo de la historia de la humanidad, sacan lo
mejor y lo peor de nosotros mismos. Pero no nos confundamos, los adelantos
técnicos no son buenos o malos en sí mismos, sino que dependen del uso que
hagamos de ellos. Las decisiones y la responsabilidad son nuestras.
Los seres (in)humanos siempre hemos
sido dados a los linchamientos, a los juicios precipitados en los que mandan
los malos sentimientos sobre la razón, al triunfo de la falta de información sobre
el sentido común y al insulto fácil.
Ahora, un ordenador, un móvil, el
anonimato de la Red, nos permiten tirar las piedras desde más lejos,
parapetados tras un teclado mientras una pantalla protege nuestra cobardía más
reprobable.
Por desgracia no es un hecho aislado,
ni siquiera es algo nuevo, basta un vistazo para constatar que los insultos
están a la orden del día. A principios de este año, cuando invocaba en la
primera entrada de 2016 la necesidad de librarme de los que vienen cargados de
odio irracional, los tiros iban por ahí.
Llevo meses sin entrar en un Facebook
que sólo usaba para seguir de lejos a algunos conocidos, para compartir puntos
de vista diferentes a los míos, pero que estaba contaminado por opiniones
partidistas, extremas y retrógradas, por la incitación a la violencia y al odio
por parte de unos cuantos, afortunadamente los menos. La verdad es que desde
que no les leo, me siento mucho mejor.
Ya que no podemos confiar en el buen
criterio de todos, necesitamos con urgencia leyes que nos protejan de esta
nueva forma de violencia. Y si ya las hay, que se apliquen. Debemos hacerlo antes de que se nos vaya de
las manos y sea demasiado tarde.
Raquel,
tienes toda la razón, serán seres, pero no humanos.