miércoles, 24 de mayo de 2023

El Klöntalersee

Una amiga que vive en Suiza y que no para de hacer excursiones suele publicar unas fotos preciosas en Instagram, y yo, que voy a otro ritmo, a veces tomo nota de los sitios para ir luego por mi cuenta y riesgo.




Tomé un tren hasta Glarus, que no está precisamente bien conectada con Zug, y me dispuse a tomar el autobús que lleva al lago Klöntalersee sin considerar que no funciona en invierno. Así que allí estaba yo, casi a mediodía, con una caminata de más de dos horas por delante y una puesta de sol demasiado temprana. Lo intenté, pero enseguida se impuso la cordura, desistí y cogí el tren de vuelta con el rabo entre las piernas.




En julio de 2021 hice un segundo intento, en esta ocasión con éxito, y me bajé del autobús en Klöntal Plätz, en el extremo oeste del lago para regresar caminando hasta Klöntal Rhodannenberg, que está a 5km.






El lago, con una superficie de 3,3 km2 y una profundidad máxima de 49 metros, ocupa el valle de Klöntal y se encuentra a 848 m.s.n.m.






Los árboles dejan entreverlo constantemente entre sus ramas, y por mucho que el paisaje sea el mismo, no puedo resistirme a hacer más y más fotos.






Es un lago natural, pero la construcción en 1908 de una presa para su aprovechamiento hidroeléctrico, incrementó de forma notable su superficie.






Como sucede en tantos lagos en Suiza, está rodeado de altas montañas y la única objeción que le pongo al paseo es que discurrió por la orilla norte, por lo que el sol no estaba en la mejor posición para las fotos. La próxima vez, en vez de usar la carretera, iré por un sendero que hay al sur.






Se creó gracias a un deslizamiento de tierras que bloqueó el río, algo muy común en los Alpes.







Llegué a mi destino con tiempo suficiente para tomarme una cerveza con un schnitzel mientras admiraba el paisaje.






Ya solo me resta volver en otra época del año para comprobar cómo cambia con las estaciones.

miércoles, 10 de mayo de 2023

Memorial de los Juicios de Núremberg I: la Sala 600

Pasé la Semana Santa de 2022 recorriendo una pequeña parte de Alemania con un amigo, y Núremberg fue uno de nuestros destinos. Es bien conocida la vinculación de esta ciudad – que quedó completamente arrasada por los bombardeos de la II Guerra Mundial y podemos ver hoy reconstruida – con el Nacionalsocialismo, hasta el punto de que me va a dar pie para varias entradas. La primera de ellas la voy a dedicar al lugar donde se celebraron los Juicios de Núremberg, la Sala 600, sita en el Palacio de Justicia y que todavía hoy sigue en uso. Se trata de un enorme edificio, construido entre 1909 y 1916 que se encuentra al sur del río Pegnitz, fuera de la ciudad antigua.




Por primera vez en la historia, entre 1945 y 1946, representantes de un Estado tuvieron que responder ante un tribunal por crímenes de guerra y crímenes contra la Humanidad. Puede que hoy ya lo tengamos interiorizado, pero en aquél entonces era una novedad.



No sé si habéis visto la película ¿Vencedores o vencidos? (Judgment at Nuremberg, 1961) dirigida por Stanley Kramer. Pienso referirme a ella en otra entrada, pero ya os adelanto que fue rodada en la propia sala 600 y que me parece magnífica. La sala, que ahora es más pequeña, fue renovada, girándose su disposición noventa grados. Si veis la cinta, o alguna foto de la exposición os daréis cuenta al compararlas con las mías.




El 21 de noviembre de 1945, antes de que hubiera pasado un año del final de la Segunda Guerra Mundial, se constituyó el único tribunal militar que involucraba a todos los Aliados. En la declaración de apertura del juicio, hecha por Robert H. Jackson, el fiscal jefe americano nombrado por Harry S. Truman, ya hizo referencia a la importancia de lo que allí se dirimía: “la forma en la cual juzgamos a estos acusados hoy será el registro sobre el cual la historia nos juzgará mañana”. Darles de beber un cáliz envenenado supondría acercarlo también a los labios de los Aliados, por lo que el juicio debía ser recordado en la posteridad no como una venganza, sino como el cumplimiento de las aspiraciones de la Humanidad de hacer justicia. A pesar de ello, no conseguirían evitar todas las polémicas que terminaron por crearse.




No en vano, eran muchas las voces que exigían la muerte de los imputados inmediatamente tras el arresto y sin necesidad de juicio, pero afortunadamente se impuso la cordura. Por otro lado, hay quien duda de la legalidad de estos juicios. El Tribunal Militar tenía representantes de los cuatro aliados principales: EEUU, Rusia, Inglaterra y Francia, pero otros 19 países ratificaron la Carta de Londres, que, entre otras cosas, regulaba las leyes y los procedimientos del juicio.




Es cierto que las Convenciones de Ginebra de 1964 y 1906 ya pretendían someter las guerras a ciertas normas “humanitarias”. Algún día os hablaré de Henri Dunant, que siendo anterior a todo esto, no deja de estar relacionado. También lo es que durante las Conferencias de La Haya en 1899 y 1907, los representantes de 44 estados desarrollaron un programa para promover la paz, estableciendo códigos de conducta en caso de conflicto, así como normas para la guerra por tierra y por mar. Lo que es más, tras la Primera Guerra Mundial se creó la Liga de Naciones en Ginebra, en 1920, la predecesora de la ONU, pero faltaba un esfuerzo común para lidiar con las personas y las organizaciones que cometieran crímenes de guerra. De ahí la importancia de estos Juicios de Núremberg.




21 individuos, dirigentes del régimen nacionalsocialista, junto con algunos empresarios, políticos y militares, se sentaron en un par de bancos durante el juicio y debieron responder por sus supuestos crímenes. Durante 218 días, el tribunal escuchó a 240 testigos y evaluó más de 300.000 declaraciones juradas. Once meses más tarde, en octubre de 1946, el Tribunal Militar Internacional alcanzaría un histórico veredicto que incluía 11 sentencias de muerte, 3 sentencias a cadena perpetua, 4 sentenciados a entre 10 y 20 años de prisión y 3 absoluciones.




En realidad, eran 24 personas las juzgadas, así como 7 grupos y organizaciones: Leadership Corps del NSDAP, Gestapo, SD, SS, SA, el Gabinete de Hitler y algunos integrantes del Alto Mando de la Fuerza de Defensa (OKW). Recordemos que Hitler, Himmler y Goebbels se habían suicidado al final de la guerra en Europa. Tres acusados no estuvieron presentes en el juicio, de ahí los 21 que sí comparecieron. Robert Ley se había suicidado antes; Gustav Krupp von Bohlen und Halbach fue acusado por error porque en realidad buscaban a su hijo Alfred y su caso hubo de ser suspendido; Martin Bormann, desaparecido desde mayo de 1945 fue formalmente declarado como fallecido ese mismo año en 1972.




He de decir en favor de los alemanes que son muy valientes al enfrentar públicamente esta parte tan negra de su historia. Me consta cómo les afecta personalmente, y eso le da más valor. Mientras, otros regímenes, más actuales, censuran, ocultan y acallan sus crímenes, que no son menores. Pero de eso ya tendremos tiempo de hablar en otra ocasión.

jueves, 27 de abril de 2023

Desayuno con partículas

Llevaba mucho tiempo detrás de este libro y, por fin, hace unos meses conseguí comprarlo y leerlo. Quiero advertiros, sin embargo, que no soy muy partidario de recomendar libros, porque, al fin y al cabo, los intereses y gustos de cada uno pueden ser muy dispares, y este, en concreto, es muy específico. Si publico estas entradas es más por darlos a conocer que por otra cosa.

A pesar de que la física cuántica no suele ocupar mucho tiempo en nuestros pensamientos, sí que está muy presente en nuestras vidas. Y lo hace sin que seamos conscientes de ello.





Sonia Fernández-Vidal nació en Barcelona y es doctora en Física Cuántica. En 2003 trabajó en el Centro Europeo de Investigación Nuclear (CERN) en el proyecto del nuevo acelerador de partículas Large Hadron Collider (LHC), un lugar que quiero visitar a toda costa pero que por un motivo u otro se me escapa.

El lenguaje de la ciencia es abstracto, muy preciso y demasiado lejano para la mayoría de los mortales, pero la autora, que es una gran comunicadora a la que da gusto escuchar, hizo un esfuerzo por hacer inteligible algo tan contra intuitivo como es la física cuántica. Y lo hace de una forma amena y sencilla que nos atrapa desde el principio en este volumen de algo menos de trescientas páginas.

Puede que nos parezca una teoría nueva o moderna, pero la palabra cuántica ya surgió en 1900 gracias a Max Planck.

He apuntado infinidad de referencias, pero me quedo con estos tres ejemplos: Creemos que los átomos son algo relativamente sólido, con un núcleo alrededor del cual giran los electrones, pero lo cierto es que están casi completamente vacíos. Si el núcleo tuviese el tamaño de una pelota de ping pong y colocásemos ésta en el centro de un inmenso estadio de fútbol, los electrones serían como una cabeza de alfiler y darían vueltas desde la grada más alejada. El resto está vacío. 

No somos conscientes de que cuando nos sentamos en una silla en realidad no la estamos tocando, sino que flotamos sobre ella debido a que las cargas eléctricas se repelen. Nuestros sentidos nos engañan vilmente.

De la misma manera, si juntásemos todos los átomos de todos los humanos que habitamos la Tierra en este momento, sin considerar esos espacios vacíos entre las partículas, tendríamos el tamaño de un terrón de azúcar. ¿No os parece asombroso?

En opinión de la autora, y yo estoy de acuerdo, lo más fascinante está por llegar.

Sin embargo, no todo son buenas noticias. En un encuentro que podemos visualizar en Youtube, se quejaba de que en España se invertía menos en ciencia en el 2020 que diez años atrás. Me entristece ver que a menudo protestamos por tonterías mientras dejamos de lado las cosas verdaderamente importantes. Este otro vídeo me gusta más, aunque repite varias cosas.

Vivimos en un mundo en el que algunos nos quieren analfabetos, sometidos y sumisos, pero también encontramos en él personas como Sonia que se empeñan en sacar la ciencia de las universidades y laboratorios, exponiéndola ante el gran público para que el conocimiento fluya y crezca. Como casi siempre, la decisión sobre qué hacer y a quién escuchar es nuestra.

jueves, 13 de abril de 2023

Museo Richard Wagner en Lucerna

Suiza es un país relativamente pequeño, pero está plagado de lugares interesantes que conviene visitar. Llevaba mucho tiempo queriendo ir a la casa donde Richard Wagner pasó seis años (1866-1872) junto a su segunda esposa, Cosima, y sus hijos, en Tribschen, a orillas del lago de Lucerna, pero por unas cosas y otras, los fui posponiendo.





Es un paseo de una media hora desde la estación de tren, y si bien los edificios no son gran cosa, las vistas del lago sí merecen la pena. En los días claros se distinguen las montañas en el horizonte, una estampa que aún me sigue sorprendiendo después de diez años.




La mansión alquilada por la familia Wagner pertenecía al coronel Walter Am Rhyn, de a una familia patricia de Lucerna que la había comprado como residencia de verano en el siglo XVIII, pero sus orígenes se remontan al siglo XV por mucho que su apariencia actual sea atribuida a 1800.






Tras la marcha del compositor, el lugar permanecería cerrado durante largos periodos hasta que fue adquirida en 1931 por la ciudad de Lucerna junto con el parque de 30 000 m², con la intención de abrirla al público, algo que sucedería un par de años más tarde. Actualmente podemos disfrutar de una estupenda colección de unos 1600 objetos en la planta baja de la residencia.








El museo cierra en invierno, o puede que os pille un poco a trasmano, pero podemos admirar su colección en Internet. Hay fotografías, manuscritos, y pinturas distribuidas en cinco habitaciones; también prendas de vestir y mobiliario pertenecientes a la familia, así como el famoso busto de Wagner, en bronce fundido, de Fritz Schaper. También hay un Erard grand piano, que data de 1858.








Durante esos años, la familia recibió la visita de algunos personajes ilustres como Franz Liszt, Friedrich Nietzsche o el rey Luis II de Baviera.





En 1870, Richard Wagner compuso una serenata en honor del 33 cumpleaños de su esposa, con la que se había casado ese mismo año. La "Tribschener Idyll" (el Idilio de Sigfrido), fue tocada por primera vez en las escaleras de la residencia.




En palabras del propio compositor, “Dondequiera que dirijo mi mirada, estoy rodeado por un mundo mágico aquí; No conozco otro hogar en la tierra más hermoso, de hecho, ninguno más cómodo que este”.