Seguimos
donde lo dejamos en la entrada anterior. Salgo del Museo de Bellas Artes y me
acerco por la iglesia de San Pedro, que ahora ya está abierta. Es pequeña pero
bonita.
Por
enésima vez cruzo el río, esta vez hasta tomar la rue de la Republique hacia el
sur. La place de la Republique tiene una fuente curiosa, rectangular, con
muchos chorros de agua que cambian de intensidad y bonitos edificios alrededor.
Continúo
caminando hacia el sur y llego a la place Bellecour, que es enorme, pero está
tomada por gente que juega a la petanca, puestos y carpas a los que no me
acerco. Busco la estatua de Antoine de Saint-Exupery, que se encuentra en la
esquina opuesta, pero antes fotografío a Luis XV a caballo, que está en el
centro de la plaza.
Me debato
entre volver hacia el centro o acercarme a la Basilique de St.-Martin d’Ainay,
que está algo más lejos. Decido continuar, ya que no creo que pueda volver por
Lyon y quiero ver lo más posible. La basílica en cuestión tiene buena pinta,
pero está cerrada los domingos por la tarde. Lo de los horarios aquí es una
locura y empieza a tocarme las narices.
Cruzo por la pasarela St.-Georges,
que me lleva a la iglesia del mismo nombre, con la que tengo mejor suerte.
La catedral luce mejor bajo la luz
del sol.
El lunes, fiesta de Pentecostés,
amanece soleado. Las nubes van y vienen durante toda la mañana, pero hace un
día de lo más agradable. El museo que quiero ver está cerrado, al igual que mi
segunda opción. Otro museo está abierto, pero resulta que se lo han llevado a
París. ¡Vaya panorama! La capilla de las Trinitarias está cerrada y parece que
la han reconvertido en una sala de conciertos.
Me acerco
hasta el río y tomo dirección sur hacia la place des Jacobins.
La
Basilique de St.-Martin d’Ainay tampoco abre hoy.
En vista
de que todo está cerrado, subo a ver de nuevo las ruinas romanas, hoy bajo la
luz del sol, y la basílica.
Francia
es muy bonita, pero trabajan menos que la chaqueta de un guardia.