Acabo de aterrizar y de deshacer la maleta, pero no
quiero dejar pasar más tiempo sin dedicar unas breves palabras a este viaje
fantástico que acabamos de hacer por una parte de Camboya. Son muchas las cosas
que se pueden ver y hacer en este país asiático, pero nosotros hemos querido
centrarnos en los templos, que ya de por sí, son muy numerosos.
He de decir que también son espectaculares. Camboya
tiene en ellos un tesoro y solo hace falta que haya dinero para mantenerlos, y,
de paso, que se distribuyan mejor los ingresos generados por el turismo.
Dos cosas me han sorprendido con respecto a las predicciones que hacía en la entrada anterior: por un lado, hemos conseguido
evitar en gran medida a las masas de turistas; madrugando, yendo a contrapelo,
y visitando templos más pequeños y apartados. Por otro, constatamos que este
planeta nuestro no tiene salvación. La cantidad de basura, de plásticos y de
contaminación humana es descomunal en cuanto te sales de la parte más turística.
Mucho me temo que con este crecimiento exponencial y descontrolado hemos pasado
ya el punto de no retorno.
Pero ya habrá tiempo de hablar de ello. Como nota
curiosa, dejé una de mis cámaras al guía, que demostró tener un buen ojo para
la fotografía además de muchas ganas de aprender. Suyas son algunas de las
mejores fotos del viaje, pasando de apretar un botón sin conocimientos previos a
sacar imágenes como ésta en pocos días.
Por todo el país hemos encontrado gente amable, deseosa
de aprender otros idiomas, siempre con una sonrisa en la boca,
independientemente de su nivel económico. El recuerdo de las guerras, demasiado
recientes, está en el aire, pero viven con esperanza, que no es poco.
Ahora queda el trabajo de organizar las fotos, algo
que me llevará tiempo. Mientras, me doy una vuelta por vuestros blogs, que os
he echado de menos.