De niño, cuando algún resfriado me obligaba muy de vez en cuando a guardar cama, me entretenía con una enciclopedia de animales que anda por casa de mis padres. En realidad, era un compendio de relatos entre los que recuerdo uno especialmente.
Un explorador era mordido en una pierna por una mamba negra (Dendroaspis polylepis) en lo más recóndito de África. Ni corto ni perezoso, ante la falta de otras opciones, sacaba su machete y se cortaba un trozo de carne para evitar que el veneno se extendiera y así sobrevivía.
No tengo muy claro que actuar así te salve la vida. Tampoco es recomendable chupar una mordedura como suele aparecer en las películas; eso es más bien una garantía de que morirán dos personas en vez de una.
Es normal que tengamos miedo de las serpientes venenosas, pero lo cierto es que ellas no suelen enfrentarse a los seres humanos, y mucho menos mordernos. Antes bien, prefieren ocultarse o huir. No obstante, por muchas evidencias que tengamos de este comportamiento, lo cierto es que en muchas personas la parte reptiliana, nunca mejor dicho, de nuestro cerebro sigue imponiéndose.
Era mi último día en Kenia, allá por 2018, y me disponía a pasarlo en Nairobi mientras esperaba al vuelo nocturno que me devolvería a una Suiza donde las serpientes no abundan.
La agencia con la que viajaba me había propuesto cenar en un restaurante de carne, pero pensé que ya lo haría en el avión y que mejor aprovechaba el tiempo visitando un centro de reptiles.
La mamba negra es extremadamente venenosa a la par que veloz, y está siempre en los primeros puestos de animales peligrosos. En distancias cortas alcanza los 20 km/h y habita en África ecuatorial, pero también algo más al sur, a la altura de Namibia, Botsuana y Mozambique. Curiosamente, lo que es negro no es su cuerpo, sino el interior de su boca.
No soy nada aprensivo, pero os aseguro que verla tan de cerca, aunque sea a través de un cristal impone lo suyo. Es la serpiente venenosa más larga de África; la segunda del mundo tras la cobra real, y aunque puede alcanzar los 4,5 metros de largo, lo normal es que se quede en poco más de la mitad.
Cuando ataca lo hace en repetidas veces, inyectando grandes dosis de veneno en cada ocasión Es un veneno que afecta al sistema nervioso y al corazón. La especie, que es tanto terrestre como arborícola, tiene la piel de color gris o marrón oscuro, y habita en sabanas, zonas boscosas y laderas rocosas.
Solo ataca a los humanos cuando se siente acorralada o amenazada, y su nombre común, que proviene del bantú, significa “escamas”. Los colmillos, localizados en la parte delantera de la boca, pueden medir hasta 6,5 mm de largo. Su peso medio ronda los 1,6 kilos.
Las serpientes son tímidas, y a pesar de haber viajado bastante, solo he podido verlas en estado salvaje en tres ocasiones. Una bocaracá en Costa Rica, tan lejos que apenas se la distinguía, una pitón diminuta, también en el país centroafricano, y una viborilla en España, en la sierra de Guara, a la que ayudé a cruzar un río desde una distancia prudencial.
2 comentarios:
Todo un espécimen de cuidado, la doña Mamba está, y eso que tiene ojuelos que parecen decir "yo no he hecho nada". No es de extrañar que con semejante tamaño y ponzoña fuera la enemiga mayor de los exploradores literarios y de los reales...
Serpientes, víboras y culebras son animales sobre los que siempre se previene, pese a que las últimas ni siquiera son venenosas y, en general, ni unas ni otras son amigas de socializar. Por cierto, todo un detalle tuyo con esa serpiente guarense en apuros.
A terminar bien julio.
Una mirada, hay que tener cuidado con todos los animales salvajes, pero lo cierto es que suelen ir a los suyo, siendo el hombre el más destructivo siempre. Flaco favor les hacemos al demonizarlos. Bajaba por uno de los mil ríos que tenéis por allí, haciendo descenso de cañones, cuando me la encontré en mitad del río. Hice ola con las manos para que llegase a la orilla y solo después pensé que tenía la cabeza triangular. Era pequeña, de unos veinte centímetros. Muchas gracias por la visita y el comentario.
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