He
llegado a un punto en el que de la prensa escrita solo leo los titulares, pero
de vez en cuando me encuentro con algún artículo que me abre los ojos a nuevos
horizontes. Tal es el caso de este acuario que os traigo hoy al blog.
Una rápida búsqueda en Intenet y me informo de precios y horarios; también
sobre cómo llegar. No es barato, la entrada cuesta CHF 29, pero abre durante buena
parte del día y lo tengo a unas tres horas de tren desde casa. Una vez más,
toca madrugar.
El domingo me despierto a las 6.40 y un poco más tarde
ya estoy en un tren camino de Lausanne. Allí, después de subir trabajosamente una
cuesta empinada, tomo el metro, que me deja en la puerta del acuario.
Estamos
acostumbrados, al menos yo, a los de agua salada, pero en este caso conoceremos
especies de lagos y ríos de los cinco continentes. No en vano, es el acuario de
agua dulce más grande de Europa. Se representan 20 ecosistemas, en 46 tanques y
terrarios, en los que podemos ver unos 10.000 peces y unos 100 reptiles y
anfibios. Del lago Leman al africano Malawi, pasando por el Amazonas, con sus
famosas pirañas, y el río Níger.
Nos
esperan dos millones de litros de agua, y la visita se realiza en un espacio de
3.500 metros cuadrados que cada uno recorre a su ritmo; el de una tortuga coja
en mi caso. Empiezo con un tritón alpino.
El
precio puede parecer elevado, pero imagino que mantener todo esto no es barato
en absoluto, así que doy por bien empleado el coste de la entrada. Se pueden
adquirir por Internet, pero yo las compré en una taquilla en la que no había
nadie esperando. Hay descuentos para grupos, y los lunes es más barato.
Encontramos
algunas criaturas conocidas pero que solo había visto en la tele, como un
dragón de Komodo. Otras, como el aligátor gar del Mississippi, eran
completamente nuevas para un servidor.
En
algunos casos hay que buscar a los animales con cuidado. Su quietud y camuflaje
lo convierte en un juego entretenido en el que solo se me escapó la taipán del
interior (Oxyuranus microlepidotus), una serpiente australiana que está entre
las más venenosas del mundo. Por más que miré, fui incapaz de encontrarla. En
cambio, las mangostas no paraban quietas un momento, y pude ver varios
lagartos, también australianos.
El
inicio del proyecto Aquatis se remonta a finales del 2000, por lo que el camino
ha sido largo hasta que fue inaugurado en 2017, cuatro años después de que se
pusiera la primera piedra. Antes, en 2007 se había creado la fundación que lo
gestiona, entre cuyos objetivos encontramos el de dar a conocer estos
ecosistemas al gran público. Es importante que seamos conscientes del impacto
que general la raza humana, y debemos aprender cómo protegerlos. Esta entidad
sin ánimo de lucro, se encarga de poner en contacto a científicos e
investigadores con las personas de la calle, en un proceso de aprendizaje
continuo.
Las
nuevas tecnologías están muy presentes en esa labor educativa, y los
expositores y acuarios se complementan con vídeos centrados en la importancia
del agua. Quizás sea el estanque dedicado al río Mississippi el que más me haya
sorprendido.
No
olvidemos tampoco la colección de anfibios y ofidios, que siempre llaman la
atención. Los varanos aprovechaban el calor emitido por las lámparas y luchaban
entre ellos para conseguir los mejores lugares.
Las
fotos no son buenas, porque hay poca luz, los animales insisten en moverse y el
fotógrafo no da para más, pero confío en que os den una idea de lo que podéis
encontrar aquí. Terminada la visita me dirigí al lago; hacía calor, era la hora
de comer, y una cerveza siempre es bienvenida.
Solo
me queda dar la enhorabuena a los responsables de este espacio. Creo que hacen
un trabajo magnífico, dando a conocer estos ecosistemas que, a pesar de
tenerlos tan cerca, caen a menudo en un incomprensible olvido.